¡Acordémonos del valor del arrepentimiento y la confesión!
No importa cuál haya sido tu pecado, si lo confiesas con humildad y sincero arrepentimiento, en ese mismo instante quedas libre de él y recibes el perdón de Dios.
¿Podemos reconocer la bondad de nuestro Dios? ¿Para quién vino Él al mundo? Para los pecadores, ¿no es así? Entonces, Dios no castigará a los pecadores por el hecho de ser pecadores, sino por no arrepentirse. ¿Acaso no dice la Santa Escritura: “Venid a Mí todos los que estáis cansados y agobiados por causa del pecado, venid, que solamente en Mí hallaréis descanso”?
Si no tiene paz en su alma, el hombre está lejos de Dios. Por eso es que el Señor dice: “Venid a Mí. Ya habéis pecado demasiado, es suficiente con todo lo que me habéis entristecido. Venid a Mí y confesaros”. No importa cuál haya sido tu pecado, si lo confiesas con humildad y sincero arrepentimiento, en ese mismo instante quedas libre de él y recibes el perdón de Dios, cuando el sacerdote lee la oración de absolución. Y, ¡qué grande es la misericordia de Dios! No puso a un ángel a confesarnos, porque seguramente nos habríamos lamentado: “¿Quién se atrevería a confesarse con un ángel?”. Puso a los sacerdotes, que son personas como nosotros, pero con ese don de Dios; con la bendición del obispo, al sacerdote se le confiere la potestad de confesarte, de absolverte de tus pecados y de prescribirte el canon que considere oportuno, siempre de acuerdo con los Santos Cánones de la Iglesia. Arrepintiéndote y confesándote correctamente, quedas completamente libre de tus pecados. Por eso, Dios nos castigará, pero no por ser pecadores, sino por no habernos arrepentido, porque solamente en Él está el perdón.
(Traducido de: Starețul Dionisie – Duhovnicul de la Sfântul Munte Athos, Editura Prodromos, 2009, pp.194-195)