Palabras de espiritualidad

Algunas reflexiones sobre el Ayuno Mayor

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

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La caridad sana la agitación del alma, el ayuno marchita los apetitos, y la oración limpia la mente y la prepara para la contemplación. Esto, porque el Señor nos dejó Sus mandamientos para y de acuerdo con las fuerzas del alma.

Es posible que nos parezca que el Ayuno Mayor empieza abruptamente. Los que sienten que pueden hacerlo, practican un ayuno severo del lunes hasta el miércoles, cuando comulgan en la Liturgia de los Dones Presantificados. Ciertamente, podría decirse que este período de ayuno tiene un inicio “súbito”, hasta “chocante”, si queremos utilizar el lenguaje de quienes consumen la prensa “sensacionalista”. La pregunta es: ¿por qué no se recomienda una abstinencia gradual? Todos sabemos que el organismo se adapta con mayor facilidad si reducimos paulatinamente ciertos alimentos, en vez de tomar la decisión radical de no comer nada durante algunos días (e incluso de no beber agua, en la medida de lo posible). La razón de esto no puede ser sino una espiritual. El domingo que precede a estos días de ayuno severo es el de “la expulsión de Adán del Paraíso”. ¿Qué fue lo que ocurrió con Adán? La tradición dice, lleno de congoja, «estuvo deambulando cerca del jardín del regocijo», a donde ya no podía entrar, porque Dios «puso delante del jardín del Edén los querubines y la llama de la espada flameante, para guardar el camino del árbol de la vida» (tal como aparece descrito en Génesis 3, 24, en la Biblia de 1688). Después de haber infringido el mandato divino, Adán se vio no solamente desnudo, sin también hambriento, falto del don con el cual se alimentaba y con el cual se protegía. ¡De un solo golpe! ¡Sin duda, todo esto representó una gran conmoción para él y para Eva! De esta manera, también nosotros, en los primeros días de la Cuaresma, somos exhortados a privarnos no solamente de alimentos y bebida, sino también de cualquier clase de “alimento” para el ojo, el oído y la mente. Es una oportunidad para tomar conciencia de nuestra condición en este mundo. El distanciamiento con el Creador nos ha llevado a la falta de libertad y a un fuerte estado de dependencia de lo creado (especialmente del alimento biológico). Sin un ayuno severo —según nuestras posibilidades—, no seremos capaces de percibir verídicamente por qué tendríamos que buscar a Dios con todo el corazón, sino que seguiremos engañándonos y creyendo que está bien buscar las cosas divinas de forma teórica, y no de un modo existencial.

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También el ayuno severo debe practicarse con discernimiento. Es una forma de abstinencia que debe ser prescrita por el padre espiritual para cada fiel en particular, en función de su nivel espiritual, su edad, su estado de salud, etc. Santa Sinclética decía que «el esfuerzo oblativo debe ser entendido correctamente».  Así, estemos atentos, porque el mismo maligno nos puede instar a ayunar sobrepasando nuestras propias fuerzas, o a envanecernos por nuestra ascesis. Y, de esta manera, podríamos terminar cayendo en la desesperanza o en la vanidad.

En el ayuno ordinario tenemos como referencia la templanza. El anciano Eutimio decía que: «la templanza consiste en comer sin llegar a la saciedad y sentir que todavía tienes hambre, como si quisieras comer más». Por su parte, Paladio fue más lejos con el racionamiento: «Es mejor beber vino moderadamente, que (beber) agua en exceso».

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El ayuno es también una preparación para recibir la Gracia de Dios en abundancia. En tiempos de San Juan Cristóstomo, algunos se preguntaban por qué había que esperar a ser bautizados en la Pascua, una vez finalizado el ayuno de la Gran Cuaresma, si la Gracia de Dios es la misma todo el tiempo. Y así les respondió él: «También en el caso de Pablo, la Gracia no vino inmediatamente, sino que antes pasaron tres días, en los cuales estuvo ciego, siendo purificado y preparado por medio del temor. Porque, tal como aquellos que pintan con el púrpura preparan desde antes el material que habrá de recibir dicho color, valiéndose de otras sustancias, para no estropear su brillo, así también Dios primero prepara el alma en cuestión, y solo después rebosa Su Gracia sobre ella. Por eso fue que tampoco envió inmediatamente el Espíritu, sino cuando el Pentecostés. Es la misma Gracia de entonces, y también ahora, pero la mente se enaltece más ahora, cuando es preparada por medio del ayuno».

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El padre Alexander Schmemann nos explica por qué durante el Ayuno Mayor los oficios son “más largos” y “más monótonos”. Él habla de una “tristeza resplandeciente”: «Es simplemente imposible que pasemos del estado “normal” de nuestra menteformado casi totalmente por la agitación, las preocupaciones y nuestro ir y venir—, a uno nuevo, sin que antes nos soseguemos, si antes no rehacemos nuestro equilibrio interior». Nuestro ser «ha perdido la habilidad de alcanzar un mundo distinto», el de la presencia de Dios. El Ayuno Mayor y sus oficios litúrgicos tan específicos son el remedio para esa debilidad nuestra. Así pues, el viaje hacia Dios comienza con una escala, con el sosiego de nuestro ser.

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Debemos estar atentos no solamente a lo que comemos y cuánto comemos, sino también a lo que hacemos después de comer. Jovan Janich cuenta que el recordado Patriarca Pablo de Serbia (1914-2009), «al terminar de comer, juntaba minuciosamente todas las migajas sobrantes, para que nada de eso se desperdiciara. Y decía: “Lo que comemos está hecho con energía divina, por medio de los rayos del sol”. De esas palabras podemos entender que, si desperdiciamos la comida, estamos desperdinciando las bondades que Dios nos ofrece».

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Otro serbio con vida de santidad, el obispo Nicolás Velimirovich (1880-1956), llamado “el Crisóstomo de nuestros días”, nos atrae la atención sobre la importancia de la continencia de todos nuestros sentidos espirituales y físicos, precisamente porque vivimos en un mundo dominado por un gran cúmulo de maldades: «Cuando una serpiente te muerde la mano, hay que amarrarla para hacer un torniquete, y así impedir que la sangre envenenada llegue al corazón, afectando la fuente de la sangre. ¡Cuando escuches una palabra perversa, tapa tu oído, para que la ponzoña de aquella palabra no descienda hasta tu corazón y estropee la fuente de tu vida, hijo mío!».

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Finalmente, es necesario recordar que el ayuno no es un propósito en sí mismo. Hay heterodoxos o practicantes de otras creencias que también ayunan. Para que nos sea de provecho, el ayuno debe ser practicado no solamente con equilibrio, sino también inmerso en la fe correcta, buscando la verdadera unidad con Dios. Aunque este período es llamado “Ayuno Mayor”, lo que lo caracteriza no es solamente el ayuno, la abstinencia. Hay otros dos aspectos esenciales que debemos intensificar, especialmente en este período previo a la Pascua: la caridad y la oración. San Máximo el Confesor (en la Filocalia II) nos explica el beneficio específico de este verdadero tríptico para nuestra purificación: «La caridad sana la agitación del alma, el ayuno marchita los apetitos, y la oración limpia la mente y la prepara para la contemplación. Esto, porque el Señor nos dejó Sus mandamientos para y de acuerdo con las fuerzas del alma». La exhortación a respetar todos los aspectos del Ayuno Mayor es, así, una invitación a entrar lo más profundamente posible en la realidad del Reino, hasta que podamos gustar plenamente la alegría de la Resurrección.