Algunos consejos espirituales de un obispo rumano, para los cristianos de hoy en día
Nuestra felicidad personal depende siempre de la felicidad general. Del mismo modo, nuestra salvación depende siempre de nuestra relación con nuestros semejantes, de cuánto bien les hayamos hecho, de cuánto amor les hemos demostrado.
El padre Cesáreo Păunescu les decía a sus discípulos:
—En nosotros no debe caber una sola duda, no debemos permitirnos la más ínfima cavilación. El camino de nuestra vida ha sido marcado por Dios Mismo. Él es Uno solo, y es Aquel a quien sirven el Evangelio, la Iglesia y el bien, hermanado para siempre en nuestra voluntad común. Por eso, como su padre espiritual, los exhorto, amados hijos, a seguir con confianza en este camino, sin apartarse jamás de la senda que conduce a la felicidad y la salvación.
Otras veces, decía:
—Nuestra felicidad personal depende siempre de la felicidad general. Del mismo modo, nuestra salvación depende siempre de nuestra relación con nuestros semejantes, de cuánto bien les hayamos hecho, de cuánto amor les hemos demostrado.
En una de sus cartas pastorales, les enseñaba a sus hijos espirituales:
—La Muerte y la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo serán siempre una invitación y una rememoración de la forma en que debemos avanzar por el camino de la vida, mismo que permanece abierto ante cada uno de nosotros, según lo que queramos, hacia la vida o hacia la muerte. “Vida” es toda buena acción que hacemos pensando en el bien común y en nuestro crecimiento espiritual. Y “muerte” no es solamente aquello con que pone un final a nuestra vida terrenal, porque “muerte” es también la vida en pecado, la vida vivida en la oscuridad de la ignorancia, la vida sin una preocupación por el beneficio espiritual. Porque si la vida carece de un propósito provechoso, de un ideal por seguir cada día, aunque este implique sacrificarse, no tiene ningún valor. Quien viva de esa forma, será como un árbol estéril, experimentando la muerte ya desde esta vida.
En relación con la crianza de los niños, enseñaba:
—Volvámonos a nuestros hijos desde el Niño Jesús. Ellos son nuestra esperanza, son la bendición de Dios para consolidar la familia y el futuro del mundo. Cristo mora en cada niño y nos pide que lo cuidemos. Por eso, como la familia de Jesús, como los pastores, los magos y todos los que vinieron a ayudarle, cuidemos a nuestros hijos. Ellos necesitan de nuestro amor paternal, de nuestro trabajo y nuestro sacrificio, para prepararlos para la vida, para hacer de ellos buenos cristianos y personas útiles para la socidad, razón por la cual estamos obligados a devenir en un modelo digno de seguir para ellos.
(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Patericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 667-668)