Palabras de espiritualidad

¡Amemos a nuestros semejantes, sin hacer excepciones!

    • Foto: Stefan Cojocariu

      Foto: Stefan Cojocariu

También quienes nos parecen más viles tienen un corazón, también a ellos los reprende su propia conciencia: también ellos se atormentan.

Dios quiere de nosotros bondad y compasión para con los atribulados, los débiles, los despreciados, e incluso ante aquellos a los que aparentemente tenemos el derecho de considerar perdidos: los ladrones, los bandidos y los asesinos. “¿Cómo así?”, podría preguntar alguien, “¿tenemos que amar a ‘esos’ también?”. Sí, precisamente con “esos” debemos ser más atentos; justamente con ellos debemos tener un mayor tacto con nuestras palabras, porque son personas que están gravemente enfermas del alma.

¿No es cierto que cuando nuestro cuerpo está enfermo lo cuidamos con mayor delicadeza y esmero que cuando estamos sanos? Bien, debemos saber que esos infelices, a los que nosotros consideramos perdidos, como los criminales, también tienen un corazón, también a ellos los reprende su propia conciencia: también ellos se atormentan. Y les resulta muy difícil soportar la carga de su propia iniquidad, así como el desprecio y las maldiciones de todos.

El Señor vino “a buscar y salvar al que estaba perdido” (Lucas 19, 10), pero no sólo a los “perdidos” que lo rodeaban en tiempos de Su vida terrenal, sino también a los de los tiempos venideros, entre los cuales estamos también nosotros. Él se presenta ante la puerta del corazón de cada uno de nosotros y llama, pidiendo con toda humildad que lo dejemos entrar. Él se detiene al lado de cada uno de nosotros, nos llama por nuestro nombre y nos exhorta al arrepentimiento, y nos salva. 

(Traducido de: Sfântul Luca al Crimeei, La Porţile Postului Mare, traducere de Adrian şi Xenia Tănăsescu-Vlas, Editura Biserica Ortodoxă, Bucureşti, 2004, p. 10)