¡Apártate del pecado y llama a Cristo!
Todos tendríamos que recordar que el hombre no tiene nada que le sea propio: todo empieza en Dios y termina en Dios.
«¡Dios, el Señor, vive!
Estás haciéndolo bien, querido hijo, por eso es que Cristo te ama. Y una señal de Su amor es la Gracia Divina de la que has gozado desde que eras un niño pequeño y que aún te guía.
Ten cuidado, no sea que una pequeña inclinación a los placeres más amargos te lleve a amargar a nuestro Buen Dios. Acuérdate de la envidia del demonio, el cual odia a aquellos a quienes el Señor les abre los ojos del alma.
Luego, mantén los ojos bien abiertos, hijo mío, y ten cuidado. Él ve lo que tú no puedes ver. Por eso, Cristo, en Su misericordia, intenta abrirte los ojos del alma.
¡Y qué bueno es Él!
Por su parte, el maligno, viendo esto, se desvive en cerrar tus ojos por medio de los despreciables placeres.
No dejes de invocar el nombre de Cristo. Con cada movimiento de tu respiración, repite el divino nombre, aunque tu mente trate de dispersarse. ¡No te intranquilices!
Este cuidado permanente y este deseo incesante de buscarlo lo atraerán, y Él vendrá por sí mismo a verte, y en tu corazón brotará una fuente de agua fresca que clamará sin cesar: “¡Señor Jesucristo, ten piedad de mí!”. Entonces te alegrarás sin interrupción con la voz y la dulzura de nuestro Señor Jesucristo.
Solamente permanece atento, con estremecimiento, y huye del pecado. El pecado cae como el maná y lo derrite todo.
Lo que me escribes es señal de que Dios está contigo. Es el primcr descenso de Dios a todo pecador que se arrepiente, que se vuelve hacia Él. Procura purificarte con una confesión sincera. No dejes en tu interior ninguna impureza del pecado, para que el enemigo no tenga ya motivo de vencerte.
El hombre, hijo mío, no puede hacer nada por sí mismo; no tuvo, no tiene y nunca tendrá el poder de realizar algo bueno sin ser cubierto con la fuerza de lo alto, que proviene de Dios. Todo buen pensamiento, todo buen movimiento del entendimiento es obra de la Gracia de Dios. Si pudieras hacer algo sin el concurso de tu cuerpo, entonces sí que sería tuyo; pero si para realizarlo necesitas de tu cuerpo, tienes que recordar que tu cuerpo fue creado por Dios. Si puedes pensar algo sin la mente, es tuyo el pensamiento; pero si lo haces con la mente, la mente fue creada por Dios.
Así las cosas, todos tendríamos que recordar que el hombre no tiene nada que le sea propio: todo empieza en Dios y termina en Dios».
(Traducido de: Gheron Iosif Isihastul, Mărturii din viața monahală, Editura Bizantină, București, 2003, pp. 318-319)