Aprender a cuidar nuestros frutos espirituales
Por más que el hombre se afane en purificarse de las pasiones, estas seguirán creciendo en su interior, justamente como la maleza.
«Me manifiestas, al mismo tiempo, tu intranquilidad y tu anhelo de entender por qué te pasan todas esas cosas, como si Dios no escuchara tus plegarias pidiéndole que te purifique de tus pasiones. Para satisfacer tu inquietud, te pondré un ejemplo. Al llegar la primavera, lo primero que hace el jardinero es limpiar bien la tierra de toda clase de maleza, y solo después pone las semillas. El problema es que la maleza y la broza vuelven a aparecer, y al jardinero no le queda más que limpiar una y otra vez la tierra, aún en verano, para que la maraña no termine perjudicando lo que ha sembrado con tanta dedicación.
Nuestro cuerpo está hecho de esa misma tierra; entonces, por más que el hombre se afane en purificarse de las pasiones, estas seguirán creciendo en su interior, justamente como la maleza. Además, si el huerto no está bien cercado, las cabras y los cerdos podrían entrar y destruir las plantas. Y no olvidemos que no hay muro que detenga el paso de las aves. Así las cosas, el jardinero tiene que cuidar todos esos aspectos, con tal de proteger sus plantas. Por su parte, el cristiano tiene que cuidar sus frutos espirituales de las aves de los pensamientos, que a veces se transforman en otros animales. A nuestro protopadre se le dijo: “Con el sudor de tu frente comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste sacado” (Génesis 3, 19)».
(Traducido de: Filocalia de la Optina, traducere de Cristea Florentina, Editura Egumenița, Galați, 2009, pp. 86-87)