Palabras de espiritualidad

Aprendiendo a vivir el presente

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

Si utilizáramos nuestro tiempo perdido para construir pequeños momentos de oración y meditación, descubriríamos que el tiempo recuperado es en verdad considerable.

No quiero extenderme mucho explicando la forma en que podemos hacernos con un poco de tiempo. Al contrario, me limitaré a resaltar el hecho que, si tratáramos de perder menos tiempo, éste nos terminaría abundando. Ciertamente, si utilizáramos esas migajas de tiempo perdido para construir pequeños momentos de oración y meditación, descubriríamos que el tiempo recuperado es en verdad considerable. Si nos detenemos a pensar en el número de minutos que desechamos cada día —ese tiempo en el que nos ocupamos con cualquier cosa sólo porque nos asusta el vacío, o porque nos aterroriza encontrarnos solos con nosotros mismos—, veremos que hay muchísimos momentos que podríamos dedicar, al mismo tiempo, a Dios y a nosotros mismos.

El tiempo se apresura en salir a nuestro encuentro

Ante todo, deseo hablarles de un problema que me parece aún más importante: la forma en que podemos controlar y detener el tiempo. La oración es posible solamente si nos hallamos en presencia de Dios, en un estado de sosiego y paz interior que nos libera de la noción del tiempo; y no me refiero al tiempo objetivo, que puede ser medido, sino a la impresión subjetiva de que el tiempo pasa y que “no nos queda tiempo”. Para esto, quisiera atraer su atención hacia algo que todos conocemos y que es permanentemente objeto de discusión. Es absolutamente inútil correr tras el tiempo para intentar atraparlo. Lejos de huir de nosotros, él se apresura en venir a nuestro encuentro. Ya sea que anhelemos fervientemente que el minuto futuro se haga presente, o sea que no le demos importancia a esto, podemos estar seguros que él vendrá y que el futuro se convertirá en presente, hagamos lo que hagamos. Así, no es necesario buscar la forma de saltar del presente al futuro.

Y es que muchos intentamos vivir, para decirlo de alguna manera, tratando de ganar algunos “centímetros” de más. Semejante actitud es lo que nos impide vivir plenamente el momento presente, que es, pese a todo, el único tiempo en donde podríamos hallarnos. Pero lo que ocurre en realidad es que vivimos deprisa. En cambio, sabemos lo que ocurre cuando estamos de vacaciones. Aunque caminemos rápidamente, llenos de energía, o aunque corramos, no sentimos nunguna presión, porque lo que nos importa en esos momentos es el mismo paseo y no un objetivo cualquiera por alcanzar. Luego, esto es lo que debemos aprender en lo que respecta a la oración: tenemos que sujetarnos al presente.

Así las cosas, hablando del tiempo, hay ocasiones en las que, sin entrar en demasiados detalles, es posible que percibamos que el momento presente existe: el pasado ha desaparecido irremediablemente, y no tiene ya importancia alguna, a menos que ese pasado sea parte del presente. Lo mismo podemos decir sobre el futuro, que puede ser o no ser. Es lo mismo que sucede, por ejemplo, cuando tiene lugar algún accidente o alguna situación de peligro en la que hay que reaccionar con la velocidad de un relámpago. No hay tiempo para pasar confortablemente del pasado el futuro. Es necesario situarse completamente en el presente, de forma que todas nuestras energías y todo nuestro conocimiento se concentre en el “ahora”. Así es como descubrimos, con un interés vivo, que en verdad nos hallamos en el “ahora”. Creo que es importantísimo practicar ese “detener el tiempo” y mantenernos en el presente, en este “ahora”, que no es sino el punto de encuentro entre el tiempo y la eternidad.

"No haré nada. He decidido no hacer nada durante cinco minutos."

¿Qué podemos hacer, en este sentido? He aquí un ejercicio que podemos intentar cuando no tengamos nada que hacer, cuando nada nos empuje de un lado al otro, y cuando podamos permitirnos algunos minutos o hasta media hora de inactividad. Sentémonos y digamos: “No haré nada. He decidido no hacer nada durante cinco minutos”. Relajémonos y digámonos: “Me encuentro en presencia de Dios, en presencia de mí mismo y de todo lo que me rodea. Estoy tranquilo, sin intentar moverme” (aunque al principio no resistamos más de dos o tres minutos). Evidentemente, una precaución se impone: debemos decidirnos a que, durante esos dos o tres minutos, aprenderemos que el presente existe y que no debemos dejarnos distraer por el teléfono, el timbre de la puerta, o cualquier impulso brusco que nos incite a ejecutar, inmediatamente, algo que hemos dejado aplazado desde antes. Si aprendemos a hacer esto en los momentos perdidos de nuestra cotidianeidad, evitando agitarnos interiormente y permaneciendo en paz y alegría, en calma y sosiego, el siguiente paso será practicarlo durante un intervalo más largo, que luego podremos extender más y más.

Cuando alcancemos esa serenidad, será necesario aprender a detener el tiempo, no sólo en los momentos en los que nos parece que avanza con lentitud o cuando se vuelve exigente. ¿Cómo? Cuando estemos por hacer algo útil, convencidos de que si nos detenemos el mundo entero también se detendrá; si, en determinado momento, nos decidimos: “¡Me detengo!”, descubriremos cosas muy interesantes. En primer lugar, descubriremos que el mundo realmente no se detiene y que el uiverso entero, si nos es posible imaginarlo, puede esperar mientras nuestra atención está dirigida hacia otro lado… 

La forma más simple de hacerlo es con la ayuda de un despertador. Fijemos una hora determinada para que suene, con este propósito en mente: “Trabajaré sin prestarle atención al reloj, hasta que suene la alarma”. Cuando esta suene, sabremos que, durante los siguientes cinco minutos, el mundo dejará de existir para nosotros y que nada nos detendrá de hacer lo que hemos planificado. Ese tiempo le pertenee a Dios, así que debemos instalarnos en él con serenidad, en silencio, con calma... Las primeras veces notaremos que no es tan fácil, porque empezaremos a recordar que es urgente terminar de escribir aquella aquella carta dirigida a no sé quién o que hay alguna lectura que hemos dejado también a medias. Pero, finalmente, nos daremos cuenta que todo eso puede esperar tres, cinco o diez minutos, sin que suceda ninguna catástrofe. Y si lo que dejamos pendiente es algo que requiere de toda nuestra atención, notaremos que ahora lo podremos hacer más rápidamente y de mejor manera.

Una vez aprendamos a dejar de agitarnos, podremos hacer cualquier cosa, con la atención y minuciosidad esperadas, sin pensar que el tiempo se nos escapa o nos deja atrás, Es exactamente la misma impresión que tienes cuando estás de vacaciones. Como dije, cuando estás de descanso, puedes caminar lento o rápidamente, sin que te importe el tiempo, sin siquiea acordarte de él, porque no sigues un objetivo concreto. Descubriremos, así, que es posible orar en toas las situaciones y que no hay nada en el mundo que pueda impedírnoslo. El único obstáculo verdadero en el camino de la oración aparece cuando nos dejamos engullir por la tormenta, cuando le permitimos que entre en nosotros, en vez de dejarla que haga lo que quiera afuera de nosotros, a nuestro alrededor.

(Traducido de: Mitropolitul Antonie de Suroj, Şcoala Rugăciunii)