Cuando hagas la oración “¡Señor Jesucristo, ten piedad de mí!”, detente primero al decir “Jesucristo”, porque es normal sentir amor por Él y así se demuestra el poder de la Gracia. Repítelo varias veces. Después, insiste en el “¡ten piedad de mí, pecador!”, porque es necesario experimentar ese sentimiento de contrición. Entonces, al orar son importantes dos aspectos: el primero consiste en buscar a Cristo, sin esperar cosas como tener visiones, esuchar voces o ver luces, sino manteniendo toda nuestra atención dirigida a Cristo. El segundo aspecto es cultivar una compunción perseverante y un arrepentimiento profundo.

No demos importancia a nada de lo que suceda mientras oramos, ni siquiera a las voces. Cuando escuchemos alguna voz interior al orar, sin que se traduzca en un fervor mayor, desechémosla sin más. La mente tiene que mantenerse unida a Cristo..

Cuando oramos mucho, entendemos la diferencia entre obtener conocimientos leyendo libros y obtener conocimientos por medio de la experiencia personal. Si somos los culpables al 5% de determinada situación, mientras los otros lo son al 95%, si enmendamos ese 5% dejaremos de percibir la culpabilidad de los demás.

Amemos el desprecio que los demás nos muestren, pero sin jactarnos de nuestra paciencia. Consideremos neustros benefactores a aquellos que nos caluminan.

(Traducido de: Hierotheos Vlachos, Mitropolit de Nafpaktos și Sfântul Vlasie, Cunosc un om în Hristos: Părintele Sofronie de la Essex, traducere din limba greacă de Pr. Șerban Tica, Editura Sophia, București; Editura Cartea Ortodoxă, Alexandria, 2011, pp. 262-263)