Breves consejos para el que busca la salvación
Si atienden esto que les digo y siguen a Cristo, confío en que se salvarán y me ayudarán a salvarme con sus oraciones.
El padre Joel (Gheorghiu) les recomendaba a sus hijos espirituales:
—Solamente por medio de la confesión frecuente, el ayuno y la oración podremos librarnos de las tentaciones del cuerpo. No hay otra manera. Después, evitemos los lugares y las personas que nos incitan a pecar; evitemos el vino y el descanso exagerado, y no juzguemos a nadie. Esto es lo que debemos hacer en todas las aflicciones de nuestra vida. Oremos más, especialmente por la noche, con ayuno y postraciones; pidámosle consejo a nuestro padre espiritual y leamos libros santos, porque así hallaremos consuelo. No avivemos en nuestro interior la lucha (con el enemigo), con nuestros pensamientos e imaginaciones impuras.
Dice el sabio Salomón: “El hombre juicioso se cuida de los peligros, en tanto que el necio cae directamente en ellos”. Y San Juan Climaco dice: “El maligno es el príncipe del infierno, mas el príncipe de las pasiones es la voracidad del vientre”. La oración y el ayuno son las dos armas necesarias para librarnos del desenfreno. El arrepentimiento, la oración ferviente y la piedad de Dios alejan las pasiones carnales y nos fortalecen en la lucha espiritual.
Les leeré un breve texto de San Juan Crisóstomo, hallado en un manuscrito muy antiguo: “¡Dichosa la ciudad que es gobernada por reyes piadosos, dichoso el monasterio que es morado por sabios y ascetas, y dichosa la nave que es conducida por marineros expertos! Pero... ¡Ay de la ciudad gobernada por reyes paganos, ay del monasterio ocupado por ávidos y orgullosos, y ay de la nave guiada por inexpertos! Porque la ciudad será apresada fácilmente, el monasterio se quedará vacío y la nave se hundirá. ¡Ay de los avariciosos, los ebrios, los licenciosos y los que juzgan a los demás! ¡Ay de los asesinos y de los que crean enemistades! ¡Ay de todos los que olvidan los mandamientos del Señor y no procuran su salvación! Porque fue para estos que se dijo: ¡Lo mejor sería que no hubieran nacido!”.
A mis hijos espirituales (del monasterio) les recuerdo el consejo de aquel anciano del Paterikon, que fue preguntado por un monje sobre lo que hay que hacer para salvarse. Y el anciano le respondió: “¡Simplemente, haz cada día lo mismo que hiciste tu primer día en el monasterio!”. Además, les insto a tener mucha paciencia, a ser obedientes y sumisos, a seguir el ejemplo y los consejos de los ancianos, a no faltar a la iglesia, a confesarse íntegra y frecuentemente, a cumplir con su canon de penitencia y su regla de oraciones, a evitar la bebida y la amistad con mujeres, y a alimentarse con la lectura de los libros santos.
A mis hijos espirituales laicos les pido que sean fervorosos en su asistencia a la iglesia, en la oración, en la caridad, en toda buena acción. Les pido, además, que no olviden confesarse en cada período de ayuno, que obedezcan a sus padres espirituales y a sus autoridades, y que huyan de la embriaguez, del desenfreno, del aborto y de las sectas, como si se tratara de la misma muerte. Si atienden esto que les digo y siguen a Cristo, confío en que se salvarán y me ayudarán a salvarme con sus oraciones.
(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Patericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 691-692)