Palabras de espiritualidad

Cada cónyuge es la proyección o la prolongación del otro

  • Foto: Anda Pintilie

    Foto: Anda Pintilie

Para lograr construir un vínculo funcional y vivo, cada uno puede decir: “Pienso como pienso, siento como siento, sé lo que sé, soy yo mismo, pero no te juzgo a ti porque tú eres tú y acepto con alegría todo lo que puedas dar. Veamos qué podemos conseguir juntos, con todo lo que tenemos y somos”.

Los miembros de la familia cuentan con diversas formas de descubrir que son diferentes entre sí y, con esto, respetar la individualidad de cada uno. Esto exige decir, con sinceridad, cómo se ve cada uno a sí mismo y a los demás. Cuando uno de los cónyuges le confía al otro algún aspecto que aquel ignoraba, es la oportunidad para corregir el rumbo y entenderse mejor, pero esto no debe verse como una declaración de guerra.

Si el modo de abordar las diferencias con los demás se basa en un contundente “¿Quién tiene la razón?” (guerra) o en un estado que presupone que las diferencias no existen (negación), se están dando las condiciones propicias para que aparezca un comportamiento patológico en cualquier miembro de la familia, especialmente en los niños. Hay esposos que consideran un ataque las diferencias que llevan a conflictos de intereses, una prueba de que el otro no ama en verdad. Cuando estos esposos descubren que el otro es una persona distinta a lo que creían, caen en la frustración. Recién empiezan a conocer el carácter del otro, las veinticuatro horas del día, cosa que antes de casarse no existía. Por eso es que sienten que sus expectativas no son cumplidas. Por ejemplo, puede que la esposa no sepa cocinar bien o que el esposo acostumbre ser muy desordenado.

Esas diferencias que van apareciendo en el camino, son consideradas por los cónyuges como algo malo, porque llevan a discusiones, a riñas, y las contradicciones les recuerdan que cada uno es la proyección o la prolongación del otro. Pero esas diferencias también pueden utilizarse como una oportunidad para el enriquecimiento, y no para destrucción.

Y es que las diferencias que molestan a los esposos son, usualmente, cuestiones de hábitos, de gustos, de anhleos, de ideas y de expectativas. Mas cuando los esposos tienen una autoestima alta, son también capaces de confiar en el otro, seguros de lo que pueden obtener de cada uno, de lo que esperan recibir y, respectivamente, de dar sin sentirse robados, de utilizar las diferencias con el otro como una ocasión para el crecimiento propio.

A menudo, los esposos no confían en sus capacidades. Cada uno siente que todo lo que tiene apenas le alcanza para sí mismo y, en consecuencia, no le interesa compartirlo con el otro. Y, ya que no confían el uno en el otro, algunas zonas de su vida común, que exigen demostrar la capacidad de asumir lo específico, la individualidad del otro, parecen devenir en un peligro inminente.

Estas zonas son: la financiera, lo relacionado a la comida, el amor, la psicología, la cultura, el servicio, la crianza de los hijos, la relación con los suegros. Con todo, la realidad los obliga a decidir qué hacer juntos y qué hacer por separado. Para esto, es importante aprender a expresar sus opiniones, sus deseos y sus sentimientos, sin desgastarse en ello, sin detener al otro o apresurarlo, sino logrando perfeccionar la convivencia, como una unión auténtica de sus propios puntos de vista con los del otro.

Para lograr construir un vínculo funcional y vivo, cada uno puede decir: “Pienso como pienso, siento como siento, sé lo que sé, soy yo mismo, pero no te juzgo a ti porque tú eres tú y acepto con alegría todo lo que puedas dar. Veamos qué podemos conseguir juntos, con todo lo que tenemos y somos”. Esta es, en todo caso, una actitud realista.

(Traducido de: Părintele Filoteu Faros, Părintele Stavros Kofinas, Căsnicia – dificultăți și soluții, Editura Sophia, pp. 102-104)