Palabras de espiritualidad

¡Cada vez que entras a la iglesia, estás entrando también al Cielo!

  • Foto: Adrian Timofte

    Foto: Adrian Timofte

Cuando la persona no está con Dios, es una marioneta del maligno. En cualquier momento, éste le llena el alma de pensamientos impuros; más tarde, le llena la boca de blasfemias, de difamaciones, de calumnias...

Este mundo en que vivimos tiene su propio pedacito de Cielo. Es la Santa Iglesia. Porque cada templo es, igualmente, un pedacito de Cielo en este mundo.

Y cada vez que te hallas an la iglesia, es como si estuvieras ya en el Paraíso. Si hay personas que te hacen sufrir con sus iniquidades, busca consuelo en la iglesia: arrodíllate ante Dios y Él te acogerá bajo Su ala protectora, todopoderosa y benefactora. Y si te acechara una legión de demonios, corre a la iglesia —entre todos los ángeles que ahí moran— y los ángeles de Dios te protegerán de todos los demonios de este mundo, y nada podrá dañarte. No olvidemos, hermanos, que nosotros, los cristianos, somos fuertes en Dios. ¿Quién podría ser más fuerte que nosotros? ¡Nadie, absolutamente nadie! ¡Ninguna persona, ningún demonio! Pero ¿qué somos, sin Dios, en este mundo? Un simple juguete del pecado y del mal, un juguete en las manos de los demonios. Oh, hermano mio, semejante mio, el demonio se ríe de ti con cada pecado que te induce. Y si te lleva a caer en multitud de pecados, las carcajadas de los demonios se podrán escuchar a tu alrededor.

Cuando la persona no está con Dios, es una marioneta del maligno. En cualquier momento, éste le llena el alma de pensamientos impuros; más tarde, le llena la boca de blasfemias, de difamaciones, de calumnias... En otro momento, le llevará a robar, a caer en el desenfreno o en cualquier otra iniquidad. Y la persona no podrá escapar de esto, si no se acuerda de Dios. Y cuando la persona se acuerda de Dios, encuentra también Su ayuda en la iglesia, postrándose ante Él. Sólo entonces se hace partícipe del Cielo y ni las maldades de los demás, ni los pecados, ni los demonios podrán ya alcanzarla. Porque, entrando a la iglesia, el hombre se refugia en una fortaleza protegida por ángeles y por los santos de Dios, quienes, con la llama amorosa de sus oraciones, destruyen cualquier mal, sea por parte de los hombres o por parte del mundo, sea por parte del demonio y del infierno.

(Traducido de: Sf. Nicolae Velimirovici, Sf. Justin Popovici, Lupta pentru credință și alte scrieri, traducere de prof. Paul Bălan, Editura Rotonda, Pitești, 2011, pp. 91-92)