Casados, solteros o monjes... Todos tenemos un deber común
La pureza de corazón y la santificación de los fieles, de los religiosos, de los monjes, de los casados y de los solteros es lo que se pide por excelencia.
Si faltara el placer físico, decía el stárets, ¿quién sería capaz de soportar las cargas de la procreación, la responsabilidad que ésta conlleva, los dolores del parto y la misma educación de los hijos, sin la existencia de un mandato divino referente a este aspecto? Muy pocos. Y así, el género humano habría desaparecido desde hace mucho. Por eso, precisamente para que esto no sucediera, Dios preceptuó que también el placer tenga un lugar en el vínculo conyugal. Pero —subrayaba— no debemos soslayar que, por ley, los hijos son concebidos de forma incidental en el torbellino de la satisfacción carnal. “Y no debe impedirse la concepción”, insistía el stárets.
Esta situación, conocida por la mayoría de parejas de creyentes, es tolerada por la Iglesia y permitida como dispensa, aunque se halla lejos de ser considerada una pulcra observancia del respectivo mandamiento de Dios.
La pureza de corazón y la santificación de los fieles, de los religiosos, de los monjes, de los casados y de los solteros es lo que se pide por excelencia. Es la principal dignidad del mandamiento de Dios, Quien se goza extraordinariamente al verlo cumplido. Así pues, también los casados deben trabajar en esto, esforzándose en el cumplimiento de este mandato común, para que también ellos “puedan ver a Dios” (Mateo 5, 8).
Este es el principal deber de los esposos, quienes deben saber ordenar su común vida conyugal.
(Traducido de: Arhimandrit Epifanie I. Teodoropulos, Crâmpeie de viață, Editura Evanghelismos, București, 2003, p. 143)