¡Claro que podemos vencer al espíritu de la tristeza!
Dios, el Único que conoce a detalle las heridas del alma, no ordena que nos apartemos de los demás, sino que arranquemos de nuestro interior las causas del pecado.
La quinta lucha la libramos en contra del espíritu de la tristeza, el cual oscurece el alma, para que esta no pueda tener ninguna visión espiritual e impedir que obre correctamente. Cuando el espíritu inmundo se enseñorea sobre el alma del hombre y la oscurece por completo, no le permite orar más con perseverancia, ni cultivar las lecturas santas, arrebatándole la paciencia de antes, misma que le hacía ser un hombre manso y humilde con sus semejantes. Asimismo, ese espíritu del mal lo induce a que todo le parezca repugnante, incluso la misma promesa de la vida. En pocas palabras, la tristeza perturba las virtudes del alma y apaga sus fuerzas y su vigor, haciendo del hombre un demente, al cual ata a los pensamientos de desesperanza.
Por eso, si queremos emprender la lucha espiritual y vencer con Dios a los espíritus del mal, tenemos que cuidar minuciosamente nuestro corazón del espíritu de la tristeza (Proverbios 4, 23). Porque, del mismo modo en que la polilla roe la ropa y carcome la madera, la tristeza devora el alma del hombre. La tristeza hace que este evite las buenas compañías y no le permite aceptar ni siquiera el consejo de sus verdaderos amigos. Al contrario, envolviendo toda el alma, la llena de amargura e indiferencia. Finalmente, incita al hombre a huir de sus semejantes, como si quisieran venir a perturbarlo. Y es que, en el fondo, no permite que el hombre vea que su enfermedad no proviene de afuera, sino de adentro, haciendo acto de aparición cuando surge alguna tentación que la hace evidente. Porque el hombre jamás sufriría perjuicio por parte de sus semejantes, si en su interior no pervivieran los retoños de las tentaciones. Por eso es que el Creador de todo y Médico de almas, Dios, el Único que conoce a detalle las heridas del alma, no ordena que nos apartemos de los demás, sino que arranquemos de nuestro interior las causas del pecado, para que entendamos que la salud del alma se alcanza no aislándonos de nuestros semejantes, sino departiendo con ellos y aprendiendo de los más virtuosos.
(Traducido de: Sfântul Ioan Casian, Filocalia, vol. I - Despre întristare, Editura Institutul de Arte grafice „Dacia traiană", Sibiu, 1947, p. 115)