¿Cómo no amar a un Dios que a cada instante nos da Su amor y Su misericordia?
Mientras más lejos estamos de las lágrimas y la contrición, más nos aferramos a las cosas perecederas de este mundo.
El hombre sufre por causa de sus pecados. De cualquier manera, la bondad de Dios valora el sufrimiento como un trabajo espiritual que Él paga y recompensa. ¿Cómo no amar a un Dios así? ¿Cómo no dedicar nuestra vida entera a adorarlo? Pero, tristemente, a pesar de todo, solemos olvidarlo —yo el primero—, y terminamos quebrantando Sus mandamientos.
Porque si nos acordáramos de Dios, tendríamos que recordar lo que Él nos ordena hacer, y por temor a Él nos someteríamos a la ley. Tendríamos que recordar el Juicio y el fuego del infierno, y derramar incontables lágrimas de arrepentimiento. Mientras más lejos estamos de las lágrimas y la contrición, más nos aferramos a las cosas perecederas de este mundo. Cuando nos preocupamos por las cosas del alma, sentimos el deseo de heredar el Reino de los Cielos, donde todo es eterno y en verdad bueno. Con esto, renunciamos a aferrarnos con pecaminosidad a las cosas del mundo, que son perniciosas, aunque parezcan buenas. ¡Que Dios nuestro Señor nos conceda el buen sentido de cuidar nuestra alma antes de partir a la eternidad!
(Traducido de: Comori duhovnicești din Sfântul Munte Athos – Culese din scrisorile și omiliile Avvei Efrem, Editura Bunavestire, 2001, p. 364)