Palabras de espiritualidad

¿Cómo resistir los ataques del maligno cuando estamos enfermos?

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

El maligno empuja al hombre a ver su enfermedad no como un simple padecimiento, sino como un obstáculo en el camino de las virtudes.

El demonio tiene otra artimaña contra nosotros, cuando observa que avanzamos en la virtud. Nos despierta determinados anhelos, para hacernos caer del buen camino en que estamos. Lo que busca es arrojarnos a los vicios. Por ejemplo, cuando un enfermo soporta con paciencia su sufrimiento, el enemigo, viendo cómo crece en esta virtud, le presenta muchas cosas que podría haber hecho si no estuviera enfermo y lo convence de que, si no fuera por su enfermedad, podría servirle mejor a Dios, haciendo cosas de provecho para los demás y para sí mismo.

Luego de engendrarle esos deseos, los alimenta con los mismos sentidos y, poco a poco, los fortalece, de manera que el hombre empieza a entristecerse y a enfadarse por no poder satisfacerlos. Mientras más crecen esos anhelos, más se intensifica el dolor y la agitación en su corazón. Con esto, el maligno lo empuja a ver su enfermedad no como un simple padecimiento, sino como un obstáculo en el camino de las virtudes.

Llegado a este punto, el astuto maligno le arranca de la mente el propósito de servirle mejor a Dios y alcanzar las virtudes. Así, no le deja otra cosa que el deseo de librarse de la enfermedad, algo que de ninguna manera depende de su sola voluntad. Entonces, el hombre se enfurece y se perturba, perdiendo la paciencia ganada hasta ese momento.

Así es como el pobre hombre llega a caer en la maldad de la impaciencia, desde la virtud de la paciencia que antes le ataviaba, sin sentir que avanzaba a la perfección. (San Juan Clímaco dice que lo mismo sucede con aquel que crece en la sumisión ante su stárets. Engañado por el deseo de obtener virtudes más excelsas, renuncia a la obediencia y se dirige a la soledad del desierto. Ahí cae en la desidia y pierde lo poco que había ganado con su obediencia. Lo mismo ocurre con el eremita y el asceta, cuando renuncia a la soledad y busca someterse a la obediencia, pensando que talvez así podrá obtener más virtudes, porque en la obediencia pierde hasta la poca paz interior que había alcanzado en lo solitario).

Luego, esta es la forma de oponerse a este engaño del maligno. Cuando, estando enfermo, caigas en ese estado de turbación y amargura, despiértate y no te dejes convencer por la tentación, sino que rechaza los anhelos que te sobrevengan en esos momentos, por buenos que te parezcan.

Porque, incapaz de poderlos poner en práctica, terminarás perdiendo la paz y perturbándote inútilmente. Lo mejor es que, con toda humildad y paciencia, entiendas que no podrás cumplir con esos anhelos, porque eres más débil e inconstante que eso que piensas. O piensa en Dios y en Sus misteriosos juicios. Por tus pecados, Él no espera de ti esas bondades que anhelas, sino que te hagas humilde con la paciencia, bajo la dulce y firme mano de Su voluntad.

(Traducido de: Nicodim Aghioritul, Războiul nevăzut, Editura Egumenița, Galați, pp. 111-113)