Palabras de espiritualidad

Consejo para un corazón que sufre por la tristeza

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Esos pecados han ido tejiendo su red alrededor de tu corazón, haciéndose en él un nido, para luego generar esa profunda tristeza que la fuerza del mal mantiene viva en ti con diabólico agrado.

«Me escribes, contándome que te atormenta una tristeza invencible e inexplicable. Físicamente te sientes bien, sana, pero tu corazón está desierto. De hecho, tu corazón está lleno de una sombría pesadumbre. Asistes, obligada, a distintos espectáculos y otras formas de diversión, pero todo esto no hace sino ahondar tu tristeza. ¿Qué puedo recomendarte? Cuídate. Y cuídate bien, porque la tuya es una terrible enfermedad del alma, que puede hasta matarla. La Iglesia considera esa clase de desconsuelo como un pecado mortal, porque, de acuerdo a las palabras del Apóstol, hay dos clases de tristeza: una, desde la añoranza de Dios, que trae la contrición que lleva a la salvación, y la tristeza de este mundo, que trae la muerte. En tu caso, claramente se observa que se trata de la segunda forma.

La tristeza por Dios viene al hombre cuando este se acuerda de sus pecados y se arrepiente, clamando a Él. O cuando alguien se entristece por los pecados de los demás. O cuando alguien es un ferviente creyente en Dios y observa con dolor cómo hay muchos que se apartan de la fe. Dios transforma esta tristeza en alegría.

Así es como Pablo describe a los apóstoles y a los verdaderos siervos de Cristo, diciendo que a pesar de parecer tristes, siempre están alegres. Se alegran, porque sienten la fuerza y la cercanía de Dios. Y de Él reciben consuelo. Es útil traer a colación las palabras del salmista: “me he acordado de Dios y me he llenado de gozo”.

La tristeza de los santos se asemeja a unas nubes a través de las cuales brilla el sol del consuelo. Por el contrario, tu tristeza se parece a un eclipse de sol. Debes haber cometido muchas faltas y pecados quizás más menudos, considerándolos insignificantes y dejándolos sin arrepentimiento y confesión. Como viejas arañas, esos pecados han ido tejiendo su red alrededor de tu corazón, haciéndose en él un nido, para luego generar esa profunda tristeza que la fuerza del mal mantiene viva en ti con diabólico agrado.

Por eso, te recomiendo que analices tu vida entera. Hazte un examen severo, y confiesa todo ante tu padre espiritual. Confesándote, estarás limpiando y ventilando la casa de tu alma. Así entrará en ella el aire fresco y sano del Espíritu de Dios. Después, empieza a practicar el bien con valentía. Un buen comienzo podría ser la caridad en el nombre de Cristo. Acuérdate: en el nombre de Cristo. Él verá y sentirá todo esto, y pronto te llenará de regocijo y de una alegría indescriptible, misma que sólo Él puede dar y que ninguna tristeza, ningún tormento y ninguna fuerza del mal podría oscurecer.

Lee el Salterio. Este es el libro indicado para las almas entristecidas, el libro del consuelo.

¡Que el Señor te llene pronto de alegría!».

(Traducido de: Episcop Nicolae Velimirovici, Răspunsuri la întrebări ale lumii de astăzi  scrisori misionare, traducere de Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Sofia, Bucureşti, 2002, p. 17)