Palabras de espiritualidad

Consejos para cambiar nuestra forma de pensar y aprender a practicar la ascesis

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Eva comparó lo que le dijo el astuto con las palabras de Dios y ¡listo!, apareció esa división que vino a enraizarse en nosotros como ley del pecado.

¡Uf... tenemos que convertirnos! En verdad, hijos, este es el pecado más grande. De él comenzó todo, de la interpretación errada del “como...” se originó toda nuestra tragedia. Porque Dios creó al hombre para que fuera como El, según Su imagen y semejanza, pero el demonio vino y dijo: “Para ser como Dios, debes hacer exactamente lo contrario de lo que Él te dijo”.

Y Eva comparó lo que le dijo el astuto con las palabras de Dios y ¡listo!, apareció esa división que vino a enraizarse en nosotros como ley del pecado. Es difícil. Todos tenemos un aparato, llamado “cerebro”, que utilizamos para poder vivir y pensar. Es un artilugio muy complejo y capaz, preparado en todo momento para pensar cualquier cosa, aunque también es algo rácano: le gusta atesorar todo lo que ha pensado. Este depósito es utilizado, muchas veces, para extraer respuestas ya dadas, soluciones viejas a los problemas nuevos. ¡No pensamos más, sino que reaccionamos! Cuando vemos algo, reaccionamos, hacemos lo que hemos aprendido, lo que tenemos ahí al alcance. ¡Somos unos irreflexivos! ¿Por qué? “¡Porque así sentí que debía hacerlo!”. Y si no lo tomamos de los demás, lo hacemos de nosotros mismos. “¡Me nació decirle que era malo, y así se queda!”. ¿Por qué?

Se nos formó una impresión y se tejieron algunas sinapsis, algunos vínculos entre nuestras neuronas. Es como cuando se forma un caminillo sobre el césped del parque. Todo el mundo empieza a seguirlo. Pero si viene alguien y a un lado construye uno mejor, uno más grande... ¿qué pasa? Que la gente sigue utilizando el viejo sendero de tierra. ¿Por qué? ¡Porque ahí era por donde solían pasar y por ahí quieren seguir pasando! No importa que hayan empezado a brotar flores en esa tierra... la gente seguirá pasando entre las flores, sin evitarlas. Esto nos dice mucho sobre nuestra forma de ser. Porque cuando me doy cuenta de que mi forma de reaccionar y de pensar me hacen infeliz, debo tomar una decisión, como si fuera algo de vida o muerte. Debo decidirme a dejar de actuar de esa manera.

Y, cuando te “venga” compararte con alguien, dirás: “¡No! ¡Me muero si sigo haciéndolo! ¡Se acabó!”. Y, ojo, que son necesarios unos treinta o cuarenta días —cuarenta es la mejor cifra, porque fue dispuesta por Dios— para que desaparezca un impulso dañino. Para arrancar un mal hábito se necesitan cuarenta días de trabajo dedicado. Este trabajo es como el entrenamiento de los deportistas, es el ejercicio que practican los que van a sostener un examen, es la ascesis que practicamos nosotros, los cristianos. Esa ascesis, decía un Padre, no es sino un entrenamiento para obtener los “hábitos” de Dios, Quien no juzga, sino que ama, perdona, es paciente y cuando castiga, lo hace con clemencia...

Así, cuando sienta que me estoy enfadando con alguien, debo dejar de reaccionar de la forma acostumbrada o como lo aprendí de los demás y de mi propia forma de ser, para recordar que debo respetar el mandamiento de perdonar a los demás y comenzar a actuar de la forma que Dios quiere. Y esto se logra por medio del ayuno, la oración, el perdón de los pecados obtenido con la Confesión y las fuerzas que recibimos en los oficios de la Iglesia.

Si te confiesas, si ingieres aghiasma (agua bendita), si ayunas, si haces postraciones... No olvides que las inclinaciones y las postraciones son las armas más poderosas que Dios nos dejó para utiizarlas con nuestro cuerpo. La oración no consiste solamente en orar con la mente. Por eso, antes de orar con tu mente, ora con tu cuerpo. Ponte de rodillas, haz postraciones, inclinaciones... y verás cómo tu mente se concentra más fácilmente; y si te pareciera que te atacan los pensamientos dispersos, es que el cuerpo aún no ha alcanzado el ritmo requerido por la oración. El cuerpo nos ayuda a orar. No confíes en lo que “sientes” cuando oras. Esos sentimientos son siempre muy cambiantes.

(Traducido de: Monahia Siluana Vlad, Meșteșugul Bucuriei - vol. 2, Editura Doxologia, 2009, p.197)