No importa hasta donde llegue el hombre, no importa en dónde se encuentre, que siempre terminará volviendo a casa. Lo mismo pasa con el cristiano, sin importar quién sea, si es pobre o rico, humilde o poderoso, sabio o ignorante: sea quien sea, sea cual sea su sitio en la sociedad, haga lo que haga, siempre habrá de recordar que no está en su casa, sino de viaje, en camino, y que deberá volver a su hogar, a su padre, a su madre, a sus hermanos y hermanas más grandes.

Ese hogar es el Cielo, su padre es Dios, su mamá, la Santísima Madre del Señor, sus hermanos y hermanas, los ángeles y los santos de Dios. Debe, además, recordar que su verdadera responsabilidad es ocuparse de la salvación de su alma, el cumplimiento de los divinos mandamientos y la pureza de su corazón.

(Traducido de: Sfântul Ioan de Kronstadt, Viaţa mea întru Hristos, Ed. Sophia, Bucureşti, 2005,p. 249)