¿Cuál es la esencia del amor al prójimo?
El hombre sin amor, que no es capaz de acercarse al sufrimiento del otro, no podrá presentarse dignamente ante Dios en el Día del Juicio.
La piedad es una de las virtudes más profundas sobre las cuales se cimenta nuestro cristianismo. No es posible avanzar si nos falta la misericordia, la piedad. Una de las imágenes más bellas que he conocido en mi vida, tanto en la vida de los santos o de la autoría de algún gran escritor, es la que Dostoyevski nos presenta en sus “Hermanos Karamazov”. Me refiero a aquel pasaje en el que un joven viene a buscar al padre Zósimo al monasterio, para decirle que quiere hacerse monje. Y la primera prueba que debe superar, como candidato a la vida monacal, es la que se refiere a la “obediencia desde el corazón”. Entonces, el padre stárets conduce al novicio a una de las celdas del monasterio, y le dice: “Mira, tienes que cuidar a este anciano”. El joven abre la puerta de la celda, y —¡como tenía un sentido del olfato muy sensible!— siente de golpe el olor que sale de aquella habitación sin ventilar. “¿Qué tengo que hacer?”, pregunta el joven. “Tienes que bañarlo, traerle comida de la cocina, leerle la vida de su santo, leerle las Escrituras, orar con él en la noche y en la mañana… En resumen, cumplir todas las disposiciones relativas al monacato. Pero, además, lo más importante es cuidar de él, de su cuerpo… ¡pobrecito de él! Tienes que asearlo, bañarlo… Haz de cuenta que es un niño pequeño”.
El joven asintió y se quedó en la celda con el anciano. Cuando habían pasado unos tres días, el joven novicio fue a buscar al stárets “¡Padre, no puedo quedarme más! ¡Es muy difícil!”. “Hermano, ve e inténtalo una vez más. Puede que logres acercarte a los dolores del anciano, a sus sufrimientos. Es posible que el día de mañana sea yo ese anciano endeble. ¿O tú?”. El joven aceptó y se quedó un día más. Después, volvió a buscar al stárets: “¡Padre, es muy difícil!”. “Querido hermano, inténtalo una vez más, una tercera vez. Si no puedes, ven a buscarme”. Al día siguiente, el joven fue nuevamente a buscar al stárets. “¡Lo siento, padre, pero no puedo más!”. “Bien, querido hermano, en este caso, vuelve a casa, que no eres bueno para monje”.
La caridad, la piedad, esa es la esencia del amor al prójimo, del amor al hermano, a la hermana, a la madre, al padre, al amigo, al vecino, al forastero. No existe monacato sin piedad. El hombre sin amor, que no es capaz de acercarse al sufrimiento del otro, no podrá presentarse dignamente ante Dios en el Día del Juicio. Sin esa cercanía, esa compasión, no es posible vivir en el monasterio, pero tampoco en la sociedad.
(Traducido de: Părintele Iustin Pârvu, Daruri duhovnicești, Conta, 2007, pp. 77-78)