Cuando culpas a otro, pierdes toda bendición
Todas las tentaciones nos son enviadas y permitidas por la Divina Providencia, para que obtengamos la salud espiritual que una vez perdimos. ¡La salud del alma y del corazón no es otra cosa que la santidad, la verdadera salud!
Las tentaciones son como las tormentas en el mar. La borrasca arroja a la arena pedazos de madera, miseria y otros desechos. Con esto, el mar se limpia y se tranquiliza. De la misma forma, por medio de las tentaciones se produce una suerte de “limpieza”, que nos lleva a acercarnos más a Dios y, finalmente, deificarnos. Todas las tentaciones nos son enviadas y permitidas por la Divina Providencia, para que obtengamos la salud espiritual que una vez perdimos. ¡La salud del alma y del corazón no es otra cosa que la santidad, la verdadera salud!
¡Sin humildad no podemos avanzar! Las tentacions nos traen, justamente, humildad. ¡Sin tentaciones es imposible ganar! Esforzándonos, renunciando a nuestra propia voluntad, humillando nuestra mente... sólo así podremos alanzar la cima. ¡No hay otro camino! Si nos hacemos humildes, nos alzaremos. ¡Si no nos hacemos humildes, nos quedaremos en el fondo de nuestras pasiones y debilidades, y moriremos con ellas!
Cuando vengan las tentaciones, no culpemos a los demás. Más bien, examinemos nuestro interior, buscando conocer nuestro propio estado de pecado, ¡porque es allí en donde nace toda turbación del corazón! Si hay luz en nuestra alma, podremos ver que todo brota del corazón, de nuestro estado de pecadores y del viejo hombre que aún vive en nosotros.
(Traducido de: Avva Efrem Filotheitul, Sfaturi duhovniceşti, traducere Părintele Victor Manolache, Editura Egumeniţa, Alexandria, 2012, p. 14)