Cuando el Reino de Dios viene a morar en el corazón del hombre, Dios arranca la ignorancia de la mente como si fuera un velo. El hombre entiende, entonces, no solamente los misterios de la Creación, sino también el misterio de su propia persona. Y, finalmente, en un momento santo, Dios, por Su inefable misericordia, se revela también, y el hombre es capaz de ver al Rey de la Gloria, tal como ahora puede ver el sol reflejado en el agua cristalina.

Cuando el hombre se hace uno con Dios, Dios empieza a obrar en el interior del hombre. Entonces, aunque el hombre sigue viviendo con su cuerpo en este mundo, su espíritu se halla en el Reino de los Cielos, en compañía de los ángeles y los santos, y puede contemplar al Señor.

(Traducido de: Starețul Tadei de la Vitovnița, Cum îți sunt gândurile așa îți este și viața, Editura Predania, București, 2010, p. 76)