La educación de los niños, en el sentido cristiano, comienza justo con su concepción, porque en la formación del niño tiene un rol extraordinario la misma educación religiosa de sus padres. Si el padre y la madre son buenos cristianos, si se confiesan y comulgan con frecuencia, si oran y practican la caridad, si participan de los oficios litúrgicos, los hijos que procreen serán nobles, obedientes, amantes de Dios y de todo lo que es santo. Es muy importante que los padres oren juntos, que ayunen, que respeten los días de continencia establecidos por la Iglesia y que lleven una vida cristiana equilibrada. Porque de una forma será un niño concebido en la embriaguez, en día de ayuno o en alguna festividad religiosa, y de otra forma será un niño engendrado como fruto de las oraciones y el anhelo de sus padres, en un día permitido para ello.

(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Călăuză ortodoxă în familie și societate, Editura Mitropoliei Moldovei și Bucovinei, Iași, 1993, p. 85)