Cuando encendemos una candela…
El ser entero, cuerpo y alma, se halla en oración. El ser entero respira y vive esa experiencia.
La llama de una candela de cera, luminosa y viva, constituye la expresión del sentimiento de oración: ¡Así quisera que fuera mi corazón dirigido a Ti, Señor! La cera suave y pura, que proviene de la laboriosidad de las abejas —¡y qué ocioso soy yo!—, la candela grácil y enhiesta, representa lo que tendría que venir del fuego interior del hombre.
Por muchas candelas y veladoras que encendamos, la llama es una sola y siempre la misma: el fuego inextinguible del trono de Dios.
El mismo calor, la misma luz, la misma pureza encontramos en cada una de ellas. Quien ora, enciende una candela tomando la lumbre de las que ya están ardiendo, y la coloca frente al ícono, se inclina y se postra hasta el suelo. El ser entero, cuerpo y alma, se halla en oración. El ser entero respira y vive esa experiencia.
(Traducido de: Tito Colliander, Credința și trăirea Ortodoxiei, traducere de Părintele Dan Bădulescu, Editura Scara, București, 2002, p. 45)