Cuando encuentras a Cristo...
Esta es nuestra religión, y esto es lo que nos pide: que el alma se despierte para que pueda amar a Cristo, para que pueda hacerse santa.
Cuando encuentras a Cristo, es suficiente, no necesitas nada más, porque te llenas de paz. Te vuelves un hombre distinto. Vives ahí en donde está Cristo. Vives en las estrellas, en lo infinito, en el Cielo con los ángeles y los santos, en la tierra con los demás hombres, con los animales, con todo y con todos. Ahí en donde está el amor de Cristo, la soledad se disipa. Te tranquilizas, te alegras, te sientes realizado. Desaparece toda melancolía, enfermedad, congoja, agitación, tristeza… todo infierno.
Cristo pasa a estar en todos tus pensamientos, en todos tus actos. Tienes la Gracia y eres capaz de sufrir lo que sea por Cristo. Llegas al punto de aceptar de buen grado la injusticia. Eres capaz de soportar con gozo la injusticia por Cristo. Si Él sufrió la arbitrariedad, también tú quieres hacerlo. ¿O es que elegiste a Cristo para no sufrir? ¿Qué dice el Apóstol Pablo? “Me alegro por los padecimientos que soporto” (Colosenses 1, 24). Esta es nuestra religión, y esto es lo que nos pide: que el alma se despierte para que pueda amar a Cristo, para que pueda hacerse santa. Que se entregue solamente al amor divino. Y Él también la amará.
Cuando Cristo viene al corazón, tu vida cambia. Cristo es todo. Aquel que vive en Cristo, vive cosas inenarrables, cosas santas. Vive pletórico de felicidad, porque son cosas verdaderas. Son cosas que vivieron otros, como los ascetas del Santo Monte Athos, quienes, sin cesar y con fervor, repetían: “Señor Jesucristo…”.
(Traducido de: Ne vorbește părintele Porfirie – Viața și cuvintele, Traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumeniţa, 2003, pp. 170-171)