Cuando enfadarnos con nosotros mismos es beneficioso
El propósito de la ira justa es uno solo: arrancar de raíz todas las malas inclinaciones de nuestro corazón, para que luego no terminen convirtiéndose en pecados de acción.
“Si os airáis, no pequéis” (Efesios 4, 26). Estamos hablando de la ira benigna, dirigida en contra de nuestros propios pecados, y también de la ira maligna, dirigida erradamente contra nuestro semejante. Por eso, tenemos que saber distinguir entre ambos tipos de ira. La ira correcta es solamente esa que dirigimos en contra de nuestras propias pasiones. San Juan insiste que debemos estar atentos a no dirigir este impulso del alma hacia nuestro prójimo, bajo el pretexto de quererlo ayudar a que sane de sus pasiones. Porque, si nos proponemos sanar a los demás, sin haber sanado antes nuestra propia alma, podemos caer fácilmente en la terrible enfermedad de la “ceguera espiritual”.
En otras palabras, la única ira que debemos permitirnos es en contra de nosotros mismos. Para esto, tenemos que aprender a ver primero la viga en nuestro ojo y no la paja en el de nuestro hermano, no sea que por culpa de esa viga nuestra alma se oscurezca y no veamos más el “sol de la justicia”. El propósito de la ira justa es uno solo: arrancar de raíz todas las malas inclinaciones de nuestro corazón, para que luego no terminen convirtiéndose en pecados de acción.
(Traducido de: Sfântul Ioan Casian, Tămăduirea sufletului de mânie, Editura Trinitas, Iași, 2003, pp. 4-5)