Cuando juzgamos a los demás, ponemos sobre nosotros cargas ajenas
Bien dijeron los Padres que el hombre no puede encontrar sosiego, sino hasta que en su corazón viene a habitar ése pensamiento que le dice que está solo en el mundo, pero con Dios; cuando deja de dirigir su mente hacia lo demás, sino que se aferra únicamente a Él. Así, la persona encuentra descanso y protección ante la tiranía de las pasiones, porque dicho está, “Mi alma se estrecha a ti con fuerte abrazo y tu diestra me toma de la mano.” (Salmos 62, 8).
Si quieres librarte de las tentaciones, permanece siempre atento y ora sin cesar, diciendo, “Pon, Señor, una guardia ante mi boca y vigila la puerta de mis labios” (Salmos 140, 3); humíllate y recuérdate que polvo eres y en polvo te converitrás. Vigílate a tí mismo y examina tus obras, pero no las de los demás.
El que, olvidándose de sí mismo, juzga a los demás, asume cargas ajenas. ¡Ay del que devore a su hermano, con la lengua! ¡Ay de los que olviden sus pecados, examinando los de los demás! ¡No tendrán suficiente con su propia carga, sino que estarán cargando una más!
En primer lugar, sánate a ti mismo, apiádate de ti mismo, sácate la viga que hay en tu ojo. Sólo entonces podrás sanar al otro y sacar la astilla que haya en el suyo.
Bien dijeron los Padres que el hombre no puede encontrar sosiego, sino hasta que en su corazón viene a habitar ése pensamiento que le dice que está solo en el mundo, pero con Dios; cuando deja de dirigir su mente hacia lo demás, sino que se aferra únicamente a Él. Así, la persona encuentra descanso y protección ante la tiranía de las pasiones, porque dicho está, “Mi alma se estrecha a ti con fuerte abrazo y tu diestra me toma de la mano.” (Salmos 62, 8).
(Traducido de: Patericul Lavrei Sfântului Sava, Editura Egumenița, 2010, pp. 164-165)