Cuando juzgamos y no perdonamos a nuestros hermanos
Si no nos arrepentimos del pecado de juzgar a nuestros hermanos, es decir, si no dejamos de cometerlo, inexorablemente tendremos que sufrir sin consuelo toda clase de aflicciones.
Es difícil distinguir cuándo somos más crueles: si cuando nuestro semejante nos pide perdón y nosotros no lo perdonamos, o cuando juzgamos a nuestros seres cercanos; y no solo no les perdonamos sus pecados y defectos, sino que incluso difamamos su autoridad moral e inducimos a otros a que sientan envidia o enemistad hacia ellos.
Dicho esto, es indiscutible que en ambos casos nos ponemos en la situación de merecer la sobrecogedora condena que contienen aquellas palabras del Señor: “Si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6, 15). Y si no nos arrepentimos del pecado de juzgar a nuestros hermanos, es decir, si no dejamos de cometerlo, inexorablemente tendremos que sufrir sin consuelo toda clase de aflicciones y siempre nos hallaremos bajo el castigo de Dios, tanto en esta vida como en la eternidad.
(Traducido de: Sfântul Ierarh Serafim (Sobolev) Făcătorul de minuni din Sofia, Predici, Editura Adormirea Maicii Domnului, București, 2007, p. 161)