Cuando nos enfadamos de manera irracional…
Si en alguna situación, aun involuntariamente, sentimos que nos llenamos de enojo, al menos no lo exterioricemos, no nos enfurezcamos y evitemos empezar a vociferar.
“Desterrad la amargura, la ira, los gritos, los insultos y toda clase de maldad”, dice el Apóstol (Efesios 4, 31). En cada una de nuestras reuniones y actividades cotidianas seamos mansos y pacíficos. Y si en alguna situación, aun involuntariamente, sentimos que nos llenamos de enojo, al menos no lo exterioricemos, no nos enfurezcamos y evitemos empezar a vociferar. Porque es de los gritos que se alimenta la ira. Entonces, atemos el caballo, para poder apaciguar también al jinete. Arranquémosle las alas al cuervo, para que el mal no se eleve a las alturas.
La ira es una de las pasiones más dañinas y difíciles de someter, por eso es que en un segundo se adueña de nuestra alma. Así, cerrémosle todas las puertas. Hay que sofocarla a toda costa. Es absurdo ser capaces de domar hasta las fieras más salvajes, y dejar que nuestras almas pervivan en un estado de irracional salvajismo.
(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de Aur, Problemele vieții, Editura Egumenița, Galați, p. 42)