¡Cuánto te añoro, Señor!
Así es como lloro, solo y huérfano, Señor, en el sepulcro de mi alma, vacío de la Gracia del Espíritu Santo, carente de la vida de las virtudes.
¡Oh, Jesús mío, qué grande es el tormento de mi alma! ¡Qué vasta es mi tristeza, por causa de mis pasiones! ¡Qué terrible es mi agitación, queriendo volver a Ti! ¡Cuánto quisiera renunciar a mis pasiones y apetitos, comenzar nuevamente, agradarte a Ti y hacerme morada de Tu Santísimo Espíritu! ¡Cuánto consuelo hallaría entonces mi corazón! ¡Cuánta alegría me daría Tu Cruz, Tu sepulcro, Tu Resurrección! ¡Oh, qué pesadas son las cadenas de mis pasiones!
Así es como me lamento, Señor mío, ante Tu sepulcro vacío. ¡Lloro. como María Magdalena, porque veo mi alma vacía, porque se han llevado a mi Señor y no sé en dónde Lo han dejado! Una vez te sentí más real en mi corazón. Alguna vez me reconfortó Tu presencia en mi alma, pero ahora mis pasiones te han apartado de ella. El don del Espíritu Santo se ha alejado y se ha escondido de mí. Sólo han quedado mis pasiones, que me atormentan solas, como unos gusanos que no descansan. Así es como lloro, solo y huérfano, Señor, en el sepulcro de mi alma, vacío de la Gracia del Espíritu Santo, carente de la vida de las virtudes.
(Traducido de: Mi-e dor de Cer, Viața părintelui Ioanichie Bălan, Editura Mănăstirea Sihăstria, 2010, p. 130)