Palabras de espiritualidad

¡Cuántos ignoramos la fuerza de la presencia de Dios!

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Hay una gran abundancia de Ti, Señor, y por eso los hombres no te ven. Tú eres demasiado evidente, Señor, suspiro mío, y por eso la atención de los hombres te evita.

Yo quisiera, si fuera posible, hacer músicos con las piedras del río, bailarines con la arena del lago y cantantes con las hojas de todos los árboles de todas las montañas, para que me ayudaran a exaltar al Señor. ¡Y, con esto, lograr que la voz del mundo fuera escuchada entre las legiones celestiales!

Los hijos de los hombres se atiborran a la mesa de su Señor ausente y no cantan para nadie más sino solamente para sí mismos y para sus bocas llenas de manjares, las cuales, al final, se convertirán en polvo.

¡Qué triste es la ceguera de los hijos de los hombres, que no ven el poder y la gloria del Señor! El ave vive en el bosque, y no ve el bosque. El pez nada en el agua, pero no ve el agua. El topo vive en la tierra, y no ve la tierra. En verdad, la semejanza del hombre con las aves, los peces y los topos es terriblemente triste. Los hombres, como los animales, no le ponen atención a lo que existe en abundancia, y por eso ven solamente eso que es raro o excepcional.

Hay una gran abundancia de Ti, Señor, mi aire, y por eso los hombres no te ven. Tú eres demasiado evidente, Señor, suspiro mío, y por eso la atención de los hombres te evita y se dirige a los osos polares o a cualquier otra rareza distante.

Tú sirves a Tus propios siervos con gran delicadeza y diligencia, mi dulce fe, por eso te desprecian. Tú te levantas temprano para encender el sol sobre el lago, por eso los perezosos no te soportan. Tú eres demasiado solícito al encender las lucecitas que alumbran por la noche el firmamento, y el ocioso corazón de los hombres habla más de un siervo indolente que de uno aplicado.

¡Oh, amor mío, quisiera hacer que todos los habitantes de la tierra, del agua y del aire cantaran himnos para Ti! Quisiera conseguir que la lepra desaparezca para siempre y volver este mundo perverso a la castidad primigenia con la que Tú lo creaste. En verdad, Dios mío, Tú eres inconmensurablemente grande con o sin el mundo. Tú eres grande, aunque el mundo te glorifique o te blasfeme. ¡Y pareces aún más grande en los ojos de Tus santos!

(Traducido de: Sfântul Ierarh Nicolae Velimirovici, Rugăciuni pe malul lacului, Editura Anestis, 2006, pp. 23-24)