Cuatro pasiones que afectan nuestra vida de cristianos
Todos los Santos Padres nos enseñan que una condición esencial para el crecimiento espiritual es la vigilancia de la pureza de la conciencia dirigida a cuatro frentes distintos.
Una sencilla mirada sobre los cuatro espíritus del mal nos conduce a una verificación muy importante. Los cuatro males se unen entre sí y forman una suerte de declive, en el cual el hombre que es dominado por ellos resbala y cae. De la desidia y el descuido de la salvación, el hombre cae en la engañosa labor de preocuparse por muchas cosas. A partir de esto cae en el espíritu del deseo de mandar a los demás, que desconsidera y denigra a sus semejantes. Con esto, pronto llega a desconsiderarse a sí mismo, degradando la palabra cada vez que abre la boca para hablar de nimiedades. Por su parte, todos los Santos Padres nos enseñan que una condición esencial para el crecimiento espiritual es la vigilancia de la pureza de la conciencia dirigida a cuatro frentes distintos: ante Dios, esforzándonos sin cesar en cumplir con Sus Mandamientos; ante nuestros semejantes, evitando todo lo que pueda vulnerar el amor al prójimo; ante las cosas, utilizándolas según el propósito con que fueron creadas, es decir, atendiendo a una necesidad ineludible y con templanza, valiéndonos correctamente de los dones recibidos de manos de Dios.
Si estamos atentos, veremos que esas cuatro pasiones dañan la conciencia desde esos cuatro frentes. La desidia daña la conciencia ante Dios, porque se opone a la acción de la Gracia en nosotros; la preocupación por todo daña la conciencia ante las cosas, mismas que terminamos usando para nuestra perdición y no a favor de nuestra salvación; el amor al espíritu de mando, que desconsidera al hombre, daña nuestra conciencia frente a nuestros semejantes; y, finalmente, hablar en vano daña la conciencia frente a nosotros mismos, porque desperdiciamos el gran don divino de la palabra. En consecuencia, esas cuatro pasiones demuestran un estado general de enfermedad del alma, que altera el comportamiento del hombre frente a todo lo que le rodea: frente a Dios, frente a su semejante, frente a las cosas y frente a sí mismo. El hombre que descuida la salvación, distraído por querer abarcar muchas cosas a la vez, opresor de su semejante y ligero para hablar, es la imagen real de esta enfermedad espiritual. Es la imagen del hombte de pecado. Ahora entendemos por qué San Efrén eligió especialmente estas pasiones cuando compuso su conocida oración.
(Traducido de: Ieromonahul Petroniu Tănase, Chemarea Sfintei Ortodoxii, Editura Bizantină, București, 2006, pp. 70-71)