“El auxilio de la Madre del Señor y de los santos nos salvó de esta enfermedad”
“Todo sucedió en un período en el que mi alma estaba muy recargada con toda clase de cosas. Y, a pesar de todo, Dios, Quien es bueno y misericordioso, no tomó en cuenta mi indignidad, sino que me ayudó y me levantó para que pudiera volver al camino que lleva a Él”.
«Como tristemente sigue sucediendo con muchas personas alrededor del mundo, también en mi familia tuvimos que enfrentarnos a la zozobra de habernos infectado con el coronavirus. Mi esposo, quien es sacerdote, debido a la naturaleza de su misión y a las obligaciones propias de la vida de familia, tiene que estar viajando de un lado a otro, y permanentemente entra en contacto con una gran cantidad de personas. Un día, empezó a toser, y aunque pensamos que era solamente un resfriado, los exámenes que posteriormente le hicieron en el hospital arrojaron como resultado que se trataba del temido virus.
Para protegernos a mis hijos y a mí, mi esposo decidió quedarse internado durante algunos días. Gracias a Dios, los niños solamente tuvieron fiebre uno o dos días, la cual pude controlar sin mayor inconveniente. Un día, mientras estaba en la cocina, sentí un dolor punzante en el pecho. Aunque traté de tranquilizarme y me tendí un poco en la cama, la molestia no cedía. Entonces, me postré ante el ícono de la Madre del Señor y, con lágrimas en los ojos, le pedí que me ayudara a que desapareciera el dolor. Apreté contra mi seno dos pequeños íconos de la Virgen y de San Nectario, y también pedí la intercesión de San Nicéforo el Leproso. Como respuesta, el dolor se disipó.
Mientras oraba, sentí que ante mí estaba toda la maldad de mi corazón, junto a todos los gritos y riñas que les había dado a mis hijos. Prometí que de ese momento en adelante tendría más paciencia con ellos y que dejaría de hablarles con fuerza (muchas veces, aunque exteriormente parecía tranquila, en mi interior había una gran agitación). Ciertamente, cuando desapareció el dolor, pude dormir sin sobresaltos, con mucha paz en mi alma. Y empecé a ser más paciente con mis hijos, cosa que ellos notaron, porque se volvieron más obedientes.
Unos días después, un fuerte dolor en la espalda me asustó. Al principio, pensé que se trataba de un dolor que ya había experimentado anteriormente, pero después empecé a preocuparme, temerosa de que algo estuviera mal con mis pulmones. Nuevamente acudí con mis oraciones a la Madre del Señor y, con su auxilio y el de los santos, el dolor se fue. Algunos días después de esta prueba, vino el momento más difícil. Recién había terminado de limpiar la casa con la aspiradora, cuando, inesperadamente, sentí que no podía respirar bien. Lo primero que me cruzó por la cabeza fue que era una reacción por haber respirado ese aire con polvo. El problema es que también comencé a sentir como una presión en la zona del corazón. Y a todo esto vino a sumarse el pánico de no saber qué hacer. Me puse de rodillas nuevamente y oré. Al terminar, creí que lo mejor era llamar al número de urgencias para que enviaran una ambulancia. Me preocupaba qué hacer con mis hijos. ¿Quién se atrevería a ofrecerse a cuidar de ellos, bajo el riesgo de contagiarse? No, no podía irme yo también al hospital. Tenía que quedarme con mis hijos. Y le pedí a la Madre del Señor por ellos, porque necesitaban que su madre estuviera sana.
Entonces, pensé que talvez era cosa de una subida de presión arterial. Llamé a la enfermera de nuestro médico de cabecera, quien vino casi inmediatamente. El hecho de verla tan tranquila, sin temor a contagiarse, hizo que yo misma me sintiera mejor. Efectivamente, la presión estaba un poco alta, pero no era nada fuera de lo común. Creo que ese fue el momento más difícil de mi vida, pero también fue el día en el que sentí el poderoso auxilio de la Madre del Señor, sumado a la ayuda de San Nectario, San Nicéforo, y otros santos y santas más, a quienes invoqué en mi angustia. Le prometí a la Madre del Señor que siempre mantendré una veladora encendida frente a su ícono. También debo mencionar que, en esos momentos de turbación, mis hijos no se dieron cuenta de nada, sino que siguieron jugando tranquilamente, y yo pude orar en paz y llorar por mis pecados (usualmente, los chicos se pasan todo el tiempo conmigo, ya sea jugando o escuchando los cuentos que les leo, y, cuando no me ven, me llaman o lloran).
También mi esposo sintió la fuerza del auxilio divino, porque la enfermedad no evolucionó para mal y se quedó en una forma más sencilla y tratable. Además, ninguna de las personas con las que había tenido contacto recientemente resultó contagiada. Las pruebas de Dios tienen un propósito. ¡Puedo dar fe de ello! Todo sucedió en un período en el que mi alma estaba muy recargada con toda clase de cosas. Y, a pesar de todo, Dios, Quien es bueno y misericordioso, no tomó en cuenta mi indignidad, sino que me ayudó y me levantó para que pudiera volver al camino que lleva a Él. Cuando enfrentemos alguna tribulación, pidamos el auxilio de los santos y de la Madre del Señor. ¡Ellos son nuestros amigos y nunca nos abandonarán!».
(Testimonio enviado a nuestra redacción por Andreea A., noviembrie 2020)