Palabras de espiritualidad

Para el ojo puro, todo lo demás es puro

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

No juzguen a nadie, ni critiquen a los malos y corruptos. Más bien, véanlos como si fueran justos y puros, como deberían ser, y pidánle a Dios que se corrijan, porque aún no saben lo que hacen”.

Si ves que el otro ha errado, pero aún así lo niega, no lo reprendas, para no afectar su perseverancia. Pero si le dices: “no te enfades, hermano, más bien procura estar más atento”, le encenderás la contrición en el alma. Tal indulgencia fue mostrada ya por los grandes ascetas del cristianismo. Y no se trata de aprobar el pecado, como veremos, sino de juzgar el pecado a través de las capacidades de quien lo comete. Con esto se cumple el llamado del apóstol Pablo de llevarnos las cargas los unos a los otros (Gálatas 6, 2). Con esto, además, se hace evidente que el asceta, trátese de un monje anacoreta o de una simple y piadosa campesina, se esforzará correctamente, si no impone su criterio a los demás y si no los juzga desde la cima de su austeridad. Esta clase de personas puede ver las cosas en perspectiva, sin juzgar a nadie. San Macario de Egipto nos exhorta: “No juzguen a nadie, ni critiquen a los malos y corruptos. Más bien, véanlos como si fueran justos y puros, como deberían ser, y pidánle a Dios que se corrijan, porque aún no saben lo que hacen”. Así es como el puro de corazón ve a los demás. Porque, para el ojo puro, todo es puro... Muchas veces, sin que lo sepamos, en esas personas, aparentemente pérfidas para los ojos del mundo, se esconden verdaderos santos de Dios o futuros santos.

Juzgar al pecador sólo a través de sus actos significa excluir a Dios de su vida. Los santos eran indulgentes, precisamente porque veían en todo un comienzo, un inicio que Dios, trabajando junto al hombre, puede llegar a perfeccionar. Ser santo consiste en saber ver en qué consta ese comienzo, en cada persona, y animarla cuidadosamente, para no perjudicarle.

(Traducido de: Ierodiacon Savatie Baştovoi, În căutarea aproapelui pierdut, Editura Marineasa, Timişoara, 2002, pp. 63-65)