Cuida tu alma. ¡Ora, sosiégate, alégrate!
Es una bendición que el hombre sepa valorar correctamente su tiempo, descansando en la oración, conversando con Dios y aprendiendo cómo hablar con Él. En nuestra vida cotidiana debemos enfrentar muchos problemas y decepciones, interrogantes y estrés. Especialmente en el caso de los jóvenes, quienes no consiguen superar el atolladero del mundo moderno, que llena sus almas de oscuridad y los lleva a una completa confusión, sin saber quiénes son, qué hacen y a dónde van en esta vida. Todo esto desaparece cuando el hombre comienza a valorar correctamente su tiempo... y a orar.
Aprendamos a apreciar espiritualmente nuestro tiempo. Una de las cosas por las que seremos juzgados será la realidad de nuestro tiempo y el uso que hicimos de él. Los santos viven esa realidad. Tienen una sensibilidad muy grande frente al asunto del tiempo, del saber cómo no desperdiciarlo. Grandes santos son esos que podían valorar hasta el último segundo de su vida.
A menudo, las personas dicen: “Que Dios me permita vivir los suficiente para educar a mis hijos, verlos casarse y terminar con todos mis asuntos, ¡porque tengo tantas cosas por resolver...!”; sin embargo, me pregunto si tales argumentos no son sólo una excusa, porque pareciera que si viviéramos miles de años, seguiríamos teniendo infinitos asuntos por resolver. Comenzamos cosas y no las terminamos, nos estresamos y no descansamos. Llegados a este punto, ¿qué deberíamos entender por “descanso”? ¿Cuándo descansa verdaderamente la persona? El verdadero descanso tiene lugar cuando el hombre dedica —al menos— un poco de su tiemo para orar. Sólo entonces aparece la verdadera sensación de reposo, de quietud, de serenidad. Quien se sosiega orando o asistiendo a un oficio litúrgico, es incapaz de hacerlo en el mejor de los hoteles o centros de recreación, tan frecuentados por quienes quieren escapar de la tensión diaria, pero de donde salen —la mayoría de las veces— más cansados y estresados.
Resulta paradójico que, actualmente, cuando los hoteles y centros de diversión son tan frecuentados, las personas, en vez de vivir con más tranquilidad y alegría, ven cómo se incrementa su nivel de fatiga con cada día que pasa. Es despertarse y comienzar a gritar, enojarse y prepararse para hacer todo tieo de escándalos. Con la Iglesia, al contrario, no sucede lo mismo; tal es la razón por la cual nadie puede juzgarla. Porque el hombre, hallándose en el templo, en esa atmósfera de cánticos y oración, encuentra una paz genuina. La Iglesia Ortodoxa es litúrgica por excelencia, por eso es que sus fieles suelen hallar ayuda espiritual en cada uno de esos oficios.
Es una bendición que el hombre sepa valorar correctamente su tiempo, descansando en la oración, conversando con Dios y aprendiendo cómo hablar con Él. En nuestra vida cotidiana debemos enfrentar muchos problemas y decepciones, interrogantes y estrés. Especialmente en el caso de los jóvenes, quienes no consiguen superar el atolladero del mundo moderno, que llena sus almas de oscuridad y los lleva a una completa confusión, sin saber quiénes son, qué hacen y a dónde van en esta vida. Todo esto desaparece cuando el hombre comienza a valorar correctamente su tiempo... y a orar. Porque sólo así recibe la fuerza y la luz de la oración, ya que el mismo Dios es Luz. Y esa luz disipa, poco a poco, la oscuridad que hay en el interior del alma.