¡Cuídate de la avaricia, hermano!
La terrible avaricia, debido a que no es innata, sino que es traída al alma desde el exterior, no conoce el cansancio ni la satisfacción; sus fuerzas no se debilitan, no se sacia jamás...
Casi todas las pasiones tienen un estadio de plenitud, para decirlo de alguna manera. Tienen una fase de debilitamiento, también una de “empacho”, hasta agotarse. Sin embargo, la terrible avaricia, debido a que no es innata, sino que es traída al alma desde el exterior, no conoce el cansancio ni la satisfacción; sus fuerzas no se debilitan, no se sacia jamás, sino que se afana en hacerse cada vez más joven y vigorosa. Esto, porque no es por medio de otras pasiones, sino consigo misma que se vence y se esmera en superarse a sí misma. Es más fácil que alguien consiga tocar lo intangible, que esta pasión alcance la saciedad, el hartazgo. Precisamente por eso, considerando la ganancia de cualquier tipo una disminución, un debilitamiento, aviva el fuego que hay en el alma, el apetito desmedido por lo material. Así, hermano, apresúrate a extinguir ese fuego que hay en tu alma. Si no lo haces, vivirás una vida que no se parece en nada a la vida, y después de morir serás severamente llamado a rendir cuentas.
(Traducido de: Cum să biruim iubirea de arginți, Editura Sophia, București, 2013, p. 121)