De cómo conservar el fervor y crecer con la ayuda de la Gracia del Espíritu Santo
La Gracia es como el fuego. Como el fuego alimentado con leña. La leña espiritual es la oración… una vez la oración toca el corazón, provoca el regreso de la mente y el corazón hacia Dios, que es la semilla de la oración misma.
«Siempre te recuerdo en mis oraciones y fervientemente te deseo el bien, porque en tu alma no hay nada más que el fervor vivo por el trabajo de la salvación. El Señor te ha llamado. ¡Demos gracias al Señor! Luego, no demores más en empezar a hacer lo que necesitas hacer. El Señor ha empezado en ti la labor de la restauración espiritual. Cree y confía en que Aquel que ha empezado, también culminará (Filipenses 1, 6), si aprendes a conservar vivo el fervor y no renuncias a las labores que te corresponden. La devoción es una obra de la Gracia y da testimonio de que esta Gracia obra permantemente en cada uno, engendrando la vida gratífica. Mientras haya devoción, ahí también estará la Gracia del Espíritu Santo. Esta Gracia es como el fuego. Como el fuego alimentado con leña. La leña espiritual es la oración… una vez la oración toca el corazón, provoca el regreso de la mente y el corazón hacia Dios, que es la semilla de la oración misma. Posteriormente, queda mantener el pensamiento en las cosas divinas.
La Gracia de Dios devuelve la atención de la mente y el corazón a Dios y la mantiene allí. Y cuando la mente no permanece ociosa, porque está dirigida a Dios, sólo en Dios piensa. Así, el recuerdo de Dios es el verdadero compañero del estado gratífico... El recuerdo de Dios no permanece pasivo, sino que inevitablemente lleva a un estado de visión espiritual de las perfecciones divinas y de las cosas divinas: la bondad, la justicia, la creación del mundo, la providencia, la redención, el juicio y la recompensa. Todo esto conforma el mundo divino, es decir, el terreno de lo espiritual. El devoto vive en ese lugar y no sale de él: esta es una característica especial del fervor. ¿Quieres conservar tu devoción? Guarda toda la estabilidad espiritual que tienes… Debes mantener al alcance toda la “leña” espiritual posible y, una vez observes que el fuego de tu devoción languidece, toma un “tronco” espiritual y arrójalo al fuego de tu alma. Y todo mejorará. De la suma de todos estos movimientos espirituales brota el temor de Dios, que es el estado de devoción ante Dios, desde el corazón. No dejes de dar vida a ese estado y vivirás… Como bien dices tú mismo, has resucitado, y si haces esto que te aconsejo, permanecerás todo el tiempo en el estado de hombre resucitado».
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Mântuirea în viața de familie, Editura Cartea Ortodoxă, București, 2004, pp. 10-11)