Cuando viene la Gracia, se te olvida toda tristeza, todo afán… y las cosas vuelven a su lugar. Sin embargo, cuando viene la tristeza, se te olvida el consuelo de la Gracia, y dices: “Dios me ha abandonado. Ni siquiera puedo orar; es como si estuviera destinado al infierno”.

Cuando la Gracia viene a ti, se te olvida la amargura del dolor. Pero, cuando la tristeza te inunda, se te olvida la dulzura de la Gracia. Así es. Esta es la forma que el hombre tiene para humillarse: “Pero no yo, sino la Gracia de Dios conmigo” (I Corintios 15, 10), como dice el Apóstol.

(Traducido de: Ieromonahul Iosif Aghioritul, Starețul Efrem Katunakiotul, Editura Evanghelismos, p. 237)