“¡Qué difícil es ayunar!”
Si se trata de que tenga un sentido verdadero, el ayuno no puede limitarse a ser un ejercicio estrictamente terapéutico, o, si se quiere, cosmético.
Si, con todo (las tentaciones del demonio), el monje consigue aferrarse a su propósito inicial, renunciando a comer en abundancia y con variedad, como lo hacía antes, pronto empezará a experimentar toda clase de reservas. Al principio, esas dudas tratarán de convencerlo de que semejante dieta es imposible de cumplir a largo plazo, y que nadie es capaz de llevarla a cabo.
Luego, al pensamiento que dice: “¡Qué difícil es el mandamiento del ayuno!”, hay que responderle:
“Pues esta ley que Yo te prescribo hoy no es superior a tus fuerzas, ni está fuera de tu alcance” (Deuteronomio 30, 11).
Por otra parte, al pensamiento que dice que los mandamientos de Dios son duros y causan tormentos y sufrimiento al cuerpo y al alma, hay que responderle:
“Leal es la herida que inflige el amigo, engañosos los besos del enemigo” (Proverbios 27, 6).
Estas respuestas nos señalan un aspecto que hay que subrayar, y con el cual nos encontraremos en más de una ocasión: incluso en lo referente a la comida no se trata solo del hombre y sus problemas con esta, sino que también se ve implicada su relación con Dios. Por eso, si se trata de que tenga un sentido verdadero, el ayuno no puede limitarse a ser un ejercicio estrictamente terapéutico, o, si se quiere, cosmético. Para aquel que de esta manera es puesto a prueba en su existencia como hombre, el ayuno se convierte, ante todo, en un ejercicio para conocer la autenticidad de su “amistad” con Dios.
(Traducido de: Ieroschimonahul Gabriel Bunge, Gastrimargia sau nebunia pântecelui – știința și învățătura Părinților pustiei despre mâncat și postit plecând de la scrierile avvei Evagrie Ponticul, traducere pr. Ioan Moga, Editura Deisis, Sibiu, 2014, p. 31)