De cómo perdonar a nuestros semejantes y rechazar las tentaciones del maligno
Entonces, cada vez que sientas aparecer un mal pensamiento, repite: “¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador!”, porque la fuerza de Dios es el poder de la bondad.
En el Evangelio, que es la enseñanza de Cristo, está prohibida la maldad. Entonces, lo que tienes que hacer es repetir: “¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador!” y pedirle a Dios que perdone a tu enemigo, para que la maldad no eche raíces en tu alma, porque podrías convertirte en un huerto estéril, yermo, si te falta la bondad.
Así, si digo: “¡He pecado!” y dejo todo en manos de la Luz, pidiéndole que perdone a todo el mundo —que, sin duda, es mejor que yo—, si inclino mi cabeza y digo: “¿Qué he hecho yo de bueno en esta vida?”, alcanzo la humildad. Y esto, es decir, no pensar que alguien fue injusto contigo, es algo que proviene de la oración. Y, según sea la fuerza de la oración, así será la humildad alcanzada.
Solamente aquellos que permanecen a los pies del Señor conforman una familia aparte. Sin embargo, hay que luchar mucho. Dicho esto, ¡no permitas que el maligno venga a ensuciarte la mente! Entonces, cada vez que sientas aparecer un mal pensamiento, repite: “¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador!”, porque la fuerza de Dios es el poder de la bondad.
(Traducido de: Ca aurul în topitoare. Viața mucenicească a unui Iov al zilelor noastre: Anastasie Malamas, Traducere din limba greacă de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, Editura Evanghelismos, București, 2012, p. 62)