De cómo se santifica la vida del hombre que vive para Dios
Cada parte de nuestro ser que es atraída hacia el Señor adquiere dimensiones más allá de lo cósmico, siendo santificada y deificada.
El Señor atrae nuestra mente al corazón, para que sea bautizada con la llama del amor de Dios que ahora arde en él. Purificada e ilumnada, nuestra mente se mueve con una asombrosa agilidad, justamente como el Espíritu del Señor. El padre Sofronio asemeja la mente del hombre espiritual, la mente resucitada por la Gracia, con el rayo que atraviesa al mundo de un lado a otro en tan sólo un instante. La oración interior —practicada con la mente— representa, de hecho, el renacimiento del hombre, el nacimiento de la persona, que comienza en el corazón. Esta transformación de nuestro ser entero es acompañada por un sentir inefable y por todos los cambios que trae la diestra del Altísimo. Sin embargo, su fruto más valioso es la profunda añoranza de la Persona de Cristo, de Aquel Quien es “el culmen de nuestros anhelos”, como cantamos en la Paráclesis a la Madre del Señor. Y aunque quizás sigamos pecando, y nuestra vida se halle lejos de la perfección, Dios es misericordioso y no nos abandonará.
Esa añoranza de Cristo es una gran fuente de inspiración para nosotros. El padre Sofronio señala que cada parte de nuestro ser que es atraída hacia el Señor adquiere dimensiones más allá de lo cósmico, siendo santificada y deificada. Llenos de admiración, observamos que nuestro vínculo con el Espíritu de Cristo y con Su palabra se vuelve de cierta forma más estrecho, más profundo. La lectura de la Santa Escritura toma, así, un carácter muy personal, y nos parece que fue compuesta precisamente para nosotros y que cada palabra fue escrita pensando en nosotros.
(Traducido de: Arhimandritul Zaharia Zaharou, Adu-ţi aminte de dragostea cea dintâi (Apocalipsa 2, 4-5) – Cele trei perioade ale vieţii duhovniceşti în teologia Părintelui Sofronie, Editura Doxologia, Iaşi, 2015, pp. 118-119)