De la contrición y la confesión de nuestras faltas
«¿Por qué no me atrevo a hablar libremente de mis pensamientos con mi padre espiritual?».
Un monje le preguntó al abbá Pimeno: «Qué hago, padre? Cada vez que caigo en tentación, mi mente no me deja en paz y me acusa una y otra vez».
El anciano le preguntó: «Cada vez que el hombre cae en tentación, si reconoce: “he pecado”, puede ver cómo esa tentación cesa».
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Un hermano le preguntó al anciano Pimeno: «¿Por qué el demonio humilla mi alma, para estar al nivel de quien es mejor que yo, y, al mismo tiempo, difamar al que está más abajo que yo?».
Le respondió el abbá: «Por eso fue que el apóstol dijo: “En una casa grande no sólo hay vajillas de oro y plata, sino también de madera y barro. Unos utensilios son para usos nobles, y otros para usos vulgares. Quien se conserve libre de estos errores será un utensilio para usos nobles, santificado, útil a su dueño, dispuesto siempre a hacer el bien» (II Timoteo 2, 20, 21)”.
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Un hermano le preguntó al abbá Pimeno: «¿Por qué no me atrevo a hablar libremente de mis pensamientos con mi padre espiritual?».
Y el anciano le respondió con estas palabras del abbá Juan Colobos: «No hay nada que agrade más al maligno, que ver a quienes no revelan sus pensamientos».
(Traducido de: Patericul, ediția a IV-a, revizuită, Editura Reîntregirea, Alba-Iulia, 2004, pp. 193-194)