De la insensatez del hombre moderno
Se nos ha olvidado que sólo somos unos convidados, que hemos deshecho nuestro equipaje en una casa ajena, en un hostal, y nos comportamos como si nosotros hubiéramos construido el edificio que nos alberga.
“En este mundo no soy sino un pasajero, un huésped”, decían los ancianos. Este era su sencillo concepto de lo que es la vida. Desafortunadamente, esa concepción ha desaparecido en nuestros días, cuando el sentido de la realidad se ha debilitado. ¡Ay de nosotros, hermanos! Estas cosas son importantísimas, en verdad. ¿Cómo fue que las dejamos desaparecer, hasta hacer de nuestra vida como el sucio cristal de una ventana, a través del cual ya no se puede ver nada? ¿Cómo fue que permitimos que se debilitara tanto la idea de la vida, de manera que ya no podemos decir qué viento sopla hacia Oriente u Occidente? Hemos olvidado que somos viajeros y hemos dejado de buscar un guía para nuestro andar; al contrario, nos hemos hecho un hogar a medio camino, como si fuéramos a vivir miles de años, sin darnos cuenta que la miserable suerte viene y nos atropella con su carro. Se nos ha olvidado que sólo somos unos convidados, que hemos deshecho nuestro equipaje en una casa ajena, en un hostal, y nos comportamos como si nosotros hubiéramos construido el edificio que nos alberga. Por eso es que nos castiga la mano del Anfitrión invisible, y nos duele, nos duele mucho... Pero, aún llorando por ese correctivo divino, nosotros seguimos con nuestro juego.
(Traducido de: Sfântul Nicolae Velimirovici, Prin fereastra temniței, Editura Predania, 2009, p. 66)