De las condiciones para poder orar
Ciertamente, mientras más piensa el hombre en Dios, más se enciende su espíritu. Finalmente, este empezará a arder.
Decidámonos a permanecer siempre con el Señor, manteniendo la mente en el corazón e impidiendo que nuestros pensamientos se dispersen. Así, cada vez que estos empiecen a divagar, obliguémoslos a permanecer en casa, en el hogar del corazón, para discutir con nuestro Dulcísimo Señor. Después de fijarnos esto como norma, esmerémonos en cumplirla con fe, reprendiéndonos cada vez que la infrinjamos, y pidiéndole al Señor que nos ayude en esta empresa, porque es la más importante. Si nos esforzamos con fervor, triunfaremos con sencillez.
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Quien permanece mucho tiempo bajo el sol, siente cómo su cuerpo se calienta. De la misma manera, aquel que piensa todo el tiempo en Dios y en las cosas divinas, siente cómo se calienta su espíritu. Ciertamente, mientras más piensa el hombre en Dios, más se enciende su espíritu. Finalmente, este empezará a arder. Y, cuando empiece a arder, no necesitará más de ninguna lección o enseñanza. El mismo Espíritu lo irá disponiendo todo... Entonces el corazón será ocupado solamente por Dios, y después también la mente. Pero, hay algo que debemos recordar siempre: no actuemos según nos lo permita nuestra dejadez, sino que dejemos que la oración mane del alma. Por eso, evitemos a toda costa la formalidad y los automatismos al orar...
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Sfaturi înţelepte, Editura Egumeniţa, Galaţi, p. 17)