De las facultades del alma
Todas las pasiones no son otra cosa que la expresión de un fundamental enamoramiento de sí mismo (philautia) de la criatura, que pervierte el amor de Dios.
Siguiendo una antigua tradición platónica ‟cristianizada” mucho tiempo atrás, Evagrio considera que el alma racional tiene tres partes. Según esta idea, el alma tiene tres facultades o poderes: una comprensiva o racional (logistikon), otra apetente o concupiscente (epithymetikon) y una iracunda o irascible (thymikon). La concupiscencia y la irascibilidad constituyen la parte irracional (alogon meros) del alma, llamada también parte pasional (pathetikon meros), porque por medio de estas dos facultades irracionales suelen entrar las pasiones, per se ilógicas, irracionales e incluso anti-racionales. El entendimiento es el órgano del intelecto (nous), del lugar de la imagen de Dios, en tanto que por medio de las otras dos facultades irracionales, vinculadas al cuerpo, el alma posee un órgano con el cual entra al mundo material sensible. Porque estas dos facultades irracionales conciernen a la realidad corporal, que de otra forma no podríamos percibir. Sin embargo, el intelecto tiene la función de contemplar las raziones (logoi) ocultas en la creación entera y que, a semejanza de unas letras, dan testimonio de la Palabra creadora de Dios y buscan llegar a Él.
Aunque cada una tiene su rango de acción, las tres facultades se relacionan entres sí y se influyen mutuamente. Así, de acuerdo al orden de la creación, el apetito espera en el bien y la virtud en tanto que la irascibilidad lucha por esta, oponiéndose enérgicamente al mal, es decir, a los demonios. Solamente si esas dos facultades irracionales actúan de acuerdo a la naturaleza (kata physin), según el propósito que les dio el Creador, se pueden dedicar sosegadamente a la contemplación de la creación. Si, con todo, se mueven contra la naturaleza (para physin), dicha armonía es perturbada.
‟Cuando es perturbada, la irascibilidad (thymos) enceguece al que observa, y cuando es puesta en acción de forma irracional, el apetito (epithymia) esconde las cosas visibles”.
Depende del hombre comportarse de acuerdo o contra la naturaleza. Esta posibilidad constituye el espacio de su libertad y responsabilidad personales, así como el fundamento de la posibilidad de ser tentado por el mal. Evagrio sostiene que el fundamento más profundo de esta debilidad del hombre radica en el hecho central de ser criatura. Esto trae consigo el hecho de que él no exista de forma necesaria, sino que bien podría no existir, porque le debe su ser a una decisión de Dios. A diferencia del Creador sin principio, Quien es bueno por esencia, la criatura que, como tal, tiene un inicio, posee sus permanentes características como algo que se le ha dado, como algo que también puede perderse.
El ser del hombre se desarrolla en el marco de ese juego entre un bien que puede ser perdido, por una parte, y la libertad y la responsabilidad personal ante Dios, por la otra. El hecho de poder ser tentado es algo atinente al ser humano mientras este no alcance la perfección. Entonces, debido a su unión con Aquel que es inmutable y eterno, el hombre es conducido por la Gracia de Dios, de la inestabilidad y temporalidad, a la inmutabilidad y eternidad.
La necesaria determinación por el bien nos es facilitada por el hecho que los ángeles, a quienes nos dio la Divina Providencia, nos sugieren “el placer espiritual y la felicidad que de este brota”; y esto lo entiende Evagrio como el conocimiento de Dios en cuanto expresíón de un encuentro personal de máxima intimidad. No obstante, los demonios, quienes con el permiso de Dios nos ponen siempre a prueba, nos sugieren, en cambio, apetitos mundanos, que ensombrecen el intelecto y lo hacen caer del conocimiento, porque ahora ya no tiende hacia el Creador, sino que se retrae en sí mismo de un modo que es contrario a su naturaleza. Todas las pasiones no son otra cosa que la expresión de un fundamental enamoramiento de sí mismo (philautia) de la criatura, que pervierte el amor de Dios en un amor exclusivo de sí mismo. A esta trágica caída Evagrio la llama justamente odio hacia todo, porque, siendo imposible de realizarse, el amor abatido se transforma finalmente en odio.
(Traducido de: Ieroschimonahul Gabriel Bunge, Gastrimargia sau nebunia pântecelui — ştiinţa și învăţătura Părinţilor pustiei despre mâncat şi postit plecând de la scrierile avvei Evagrie Ponticul, traducere pr. Ioan Moga, Editura Deisis, Sibiu, 2014, pp. 64-67)