De por qué debemos orar por nuestros enemigos
El justo, siendo también un hombre de piedad, no sabe hacer diferencias entre lo que es suyo y lo que es del otro, ni entre siervos y libres, ni entre creyentes e incrédulos, sino que a todos da con generosidad.
Mientras más oras con el alma por aquellos que te difaman, más grande es el testimonio que das de Dios, sabedor de que Él Mismo retribuye a cada uno: “Mía será la venganza y la retribución en el momento que vacilen sus pies” (Deuteronomio 32, 35), dice el Señor. Y, nuevamente: “Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial” (Mateo 5, 44).
¿Y para qué fue que Él ordenó esto? Para librarnos a todos de la aflicción, la ira y el rencor, haciéndonos dignos de Su perfecto amor. Él quiere que todos nos salvemos, y llevarnos al conocimiento de la verdad. Y, siendo Dios, a todos nos ama por igual, enalteciendo al virtuoso, y esmerándose en hacer volver al buen camino al pecador, como a uno que anda perdido en la oscuridad, aturdido por su propia maldad. Porque el juicioso, siendo también un hombre de piedad, no sabe hacer diferencias entre lo que es suyo y lo que es del otro, ni entre siervos y libres, ni entre creyentes e incrédulos, sino que a todos da con generosidad. Porque, como dice el Apóstol, “no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay hombre ni mujer, pues todos sois uno en Cristo”, y Suya es toda la gloria, junto con el Padre y el Espíritu Santo, el Vivificador. Amén.
(Traducido de: Proloagele, volumul 1, Editura Bunavestire, p. 464)