Palabras de espiritualidad

De por qué el trabajo ascético es algo común para todos los cristianos

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Independientemente del modo de ascesis específico a los monjes, la doctrina cristiana prevé para todos los cristianos determinados trabajos ascéticos, ya que también la naturaleza de nuestra Iglesia es ascética.

“Padre, ¿acaso la ascesis de la que hablaban los Santos Padres no era algo que se correspondía con su temperamento, y, por tanto, imposible de aplicar a todos los demás?”, preguntó el teólogo.

Sonriendo, el asceta dijo:

—¿De qué estás hablando, hermano? Todos los Padres fueron ascetas, al igual que casi todos los jerarcas de la Iglesia, quienes nunca dejaron de practicar su canon monástico. ¿O es que la epístola de San Atanasio el Grande al monje Dracontio no es una expresión del modo de pensar de los Santos Padres, en relación con el episcopado? Y es que el espíritu ascético proviene del Este. Abre cualquier epístola Apostólica y encontrarás abundantes elementos que recomiendan lo que nosotros llamamos ascesis. ¿Qué fue lo que el Apóstol Pablo escribió de sí mismo? “Castigo mi cuerpo y lo tengo sometido” (I Corintios 9, 27). ¡Castigo mi cuerpo! Imagínate, si un Pablo, en el cual “vivía Cristo” (Gálatas 2, 20), necesitaba luchar contra su propio cuerpo. ¿qué podemos decir nosotros, tergiversando así las bondades de la ascesis? ¿Qué me puedes responder a esto?

“De la forma en que usted plantea el asunto, padre, podemos concluir que todos los cristianos tendríamos que vivir como ascetas. Pero, en el caso de los laicos, ¿cómo pueden ser ascetas, con todas las preocupaciones de la vida diaria?”, replicó el teólogo.

—Ahora te lo diré, hijo amado. Yo no sostengo que los laicos tengan que vivir como ascetas, sino que, independientemente del modo de ascesis específico a los monjes, la doctrina cristiana prevé para todos los cristianos determinados trabajos ascéticos, y que la naturaleza de nuestra Iglesia es ascética. Y, dado que así están las cosas, cada laico, necesariamente, tiene que practicar la ascesis, según sus posibilidades. Recordemos que esta consiste en la templanza, en el sentido amplio de la palabra, en el ayuno en los períodos estipulados, cumpliendo además con el mandato de “orad sin cesar” (I Tesalonicenses 5, 17) y “velad y orad, para no caer en la tentación” (Mateo 26, 41). En pocas palabras, el cristiano debe esforzarse, en todo momento, en evitar toda forma de maldad y en cultivar cualquier trabajo espiritual que le ayude a perferccionarse. Ante todo, el laico debe luchar incansablemente contra la debilidad el cuerpo que porta. Podría decirse que estas son, brevemente, las premisas de una vida espiritual ascética, sin la cual es imposible mantenernos libres de las trampas del mundo. Debo agregar que los llamados “placeres inofensivos” o “inocentes”, de los cuales se nos habla mucho en la actualidad, no son sino ardides del maligno para llevarnos a la perdición. Un placer “inocente” es una figura de estilo absurda. Nosotros conocemos solamente los placeres espirituales, que son la recompensa a las pequeñas tribulaciones que soportamos voluntariamente para nuestra salvación; los demás “placeres” son, así, un señuelo fatal para el alma. Para concluir, nuestra Santa Iglesia no dice: “el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14, 17), solamente para los monjes, sino para todos aquellos que llevan el nombre de “cristianos”.

(Traducido de: Teoclit DionisiatulDialoguri la Athos, Vol. I – Monahismul aghioritic, traducere de Preot profesor Ioan I. Ică, Editura Deisis – Mănăstirea Sfântul Ioan Botezătorul, Alba Iulia, 1994, pp. 176-177)

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