De por qué tenemos que luchar para que la tristeza no haga su nido en nuestro corazón
La salud del alma se alcanza no aislándonos de los demás, sino buscando la compañía de quienes practican la virtud.
La tristeza perturba todos los impulsos salvadores del alma, secando sus fuerzas y frustrando su empeño, hasta hacer del hombre un demente atado a la idea de la desesperanza. Por eso, si queremos librar la lucha espiritual y vencer a los espíritus impuros —con el auxilio de Dios—, tenemos que cuidar nuestro corazón del espíritu de la tristeza (Proverbios 4, 23).
Porque, tal como la polilla carcome la ropa y roe la madera, la tristeza destruye lentamente el alma del hombre. Ella lo hace evitar la compañía de los hombres virtuosos y no le permite recibir ni siquiera el consejo de los amigos verdaderos, impidiéndole, además, dar una respuesta buena y serena. Al contrario, anegando completamente el alma, la llena de amargura y desidia. Finalmente, convence al hombre de huir de los demás, como si todos quisieran perturbarle, y no le permite ver que la enfemedad no viene de afuera, sino que permanece latente en su interior, haciéndose evidente cuando viene alguna tentación. Porque el hombre jamás podría sufrir algún perjuicio por causa de su semejante, si en su interior no se hallaran latentes las causas de las pasiones.
Por eso es que nuestro Creador, que es también el Médico de las almas, el Único que conoce las heridas de nuestra alma, no nos ordena apartarnos de nuestros semejantes, sino apartar de nosotros mismos cualquier causa de pecado, entendiendo que la salud del alma se alcanza no aislándonos de los demás, sino buscando la compañía de quienes practican la virtud. Entonces, cuando por alguna de esas causas, digamos, “justificadas”, nos alejamos de nuestros semejantes, no estamos apartando de nosotros las causas de la tristeza, sino que solamente las cambiamos, porque la enfermedad que arde en nuestro interior se puede exacerbar por otros motivos. Así las cosas, nuestra lucha tiene que estar dirigida hacia las pasiones que perviven en nuestro interior. Y si logramos vencerlas, ante todo, con el auxilio de Dios, no solo podremos convivir fácilmente con nuestros semejantes, sino incluso con cualquier fiera, como dice Job: “Harás alianza con las piedras del campo, y paces con las fieras salvajes” (Job 5, 23).
(Traducido de: Sfântul Ioan Casian, Filocalia, volumul I, ediția a II-a, Editura Harisma, București, 1992)