La humanidad de hoy en día, especialmente la que profesa el cristianismo, tiene el agrado de inclinarse hacia el equilibrio, lo cual, en principio, no está mal, solamente que ese equilibrio es algo creado ad hoc, no un equilibrio auténtico. Por ejemplo, hay muchos que piensan así: “Trabajo honradamente, voy a la iglesia, respeto los períodos de ayuno — tal vez de una forma más simple, porque… tengo que trabajar—, y después, sí, me distraigo, tengo un círculo de buenos amigos, no estoy a favor del aborto, aunque sí me valgo de algún método propio para no tener hijos”. De esta forma, el cristiano se pone en una posición bien pensada, supuestamente equilibrada.

Cuando hablamos de la santidad, nos referimos a ella como el estado normal de nuestra vida: la santidad es el estado normal y todo lo que está fuera de ella es anormal. En otras palabras, tenemos que establecer, cada uno de nosotros, en qué estado nos hallamos, porque si le dices “anormal” a alguien, es considerado un insulto. No es un insulto, es la expresión del estado de cada uno de nosotros.

(Traducido de: Părintele Nicolae Tănase, Soțul ideal, soția ideală, Editura Anastasis, Sibiu, 2011, p. 119)