Debemos encontrar la felicidad en la oración, al conversar con Dios
Los oficios litúrgicos son una base enorme. Son todo. Es suficiente con que participemos de ellos con amor, con grandeza espiritual, con sincera humildad al glorificar a Cristo. No porque es un deber o hasta mecánicamente. Es necesario el amor, la inspiración divina. Si no lo sentimos así, ellos no tienen valor
Si no estamos atentos en los oficios litúrgicos, es posible que sólo los escuchemos y cantemos en ellos “automáticamente”, porque “así está mandado”. Cuando el monje asiste, por ejemplo, al oficio nocturno, escucha, “¡Qué amables son tus moradas, Señor! Mi alma suspira y hasta languidece por los atrios del Señor; mi corazón y mi carne gritan de alegría al Dios que vive…” (Salmo 83, 1). Estas palabras las escucha hoy, mañana, pasado mañana, todo el año. Nada nuevo... ¿lo mismo y lo mismo? Cuando las escucha pero no participa de ellas, se cansa, se duerme, no las interioriza, llega al hartazgo y luego aparece la oposición. Al final, ningún provecho, ninguna alegría. Viene la desesperanza y el maligno no deja pasar la ocasión para entrometerse.
Los oficios litúrgicos son una base enorme. Son todo. Es suficiente con que participemos de ellos con amor, con grandeza espiritual, con sincera humildad al glorificar a Cristo. No porque es un deber o hasta mecánicamente. Es necesario el amor, la inspiración divina. Si no lo sentimos así, ellos no tienen valor. No sólo no tienen valor, sino que hasta hacen mal. Seguramente me dirán, “¿Entonces, dejamos de asistir...?”. Por supuesto que no. Sin embargo, en la medida de nuestras posibilidades, huyamos de la forma para centrarnos en el contenido. Es decir, querámoslo, busquémoslo, encontremos la felicidad en la oración, en conversar con Dios.
(Traducido de: Ne vorbeşte părintele Porfirie – Viaţa şi cuvintele, Traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumeniţa, 2003, pp. 278-279)