Conocer a Dios es algo solemne, sereno, santo, algo que despierta en el alma una profunda compasión hacia toda la humanidad. Este todo-hombre es mi naturaleza, es mi cuerpo, mi vida, mi amor. No puedo abstraerme de mi naturaleza, no puedo separarme de mi cuerpo, desgarrado permanentemente por la enemistad de algunas “células” en contra de otras, que juntas forman un único organismo. Este gran cuerpo del todo-hombre se encuentra en un permanente estado de dolorosa disgregación de sus partes, lo cual escapa de nuestro control. El dolor es incurable. Y esta es nuestra parte en el plano terrenal.

El alma llora cuando ora hasta la extenuación, y la salvación no viene sino solamente cuando los hombres, en su libertad, la desean. “Amad a vuestros enemigos”: en esto consiste la sanación de la vida histórica y la salvación eterna. El hombre que conoce el amor a los enemigos, conoce también a nuestro Señor Jesucristo, crucificado por amor a Sus enemigos, y con esto ha anticipado Su Resurrección y el Reino de Cristo Vencedor.

(Traducido de: Arhimandritul Sofronie, Despre rugăciune, traducere de Preot Profesor Teoctist Caia, Editura Publistar, București, 2006, pp. 139-140)